Gracias a que los pueblos han aprendido a
ver la necesidad de mantener unidos los lazos con el pasado, la modernización, que se esparce
frenéticamente por todas partes, apenas ha incidido en varias ciudades que por
su trascendencia cultural son especiales y merecen protegerse de
las perturbaciones industriales. Los investigadores que invierten tiempo en
estudiar cómo y de dónde venimos, tienen hoy día la suerte de admirar lugares
de época ateniéndose a las garantías que salvaguardan las leyes de patrimonio reclamadas por los titulares de los
bienes artísticos, conscientes ellos de lo importante que es revivir hechos
históricos y preservar la herencia como parte de un tesoro común.
Sin embargo, estamos ante unas pocas
excepciones y el entorno urbano, sobre todo el de las grandes ciudades, ahora
muestra una imagen futurista y sus límites, si es que
tiene, se antojan difusos e interminables debido a la acción directa de la
especulación urbanística. Hay diferencias estéticas evidentes entre las que
fueron antiguas villas
medievales y las
aglomeraciones actuales, pero la causa que puede explicar tal distanciamiento,
podría estar en el grado de artificialidad,
mucho más sentido ahora que antes. Parece como que el paisaje se ha
deshumanizado y ahora las
ciudades contrastan bruscamente con la naturaleza en que se inscriben. Su
perímetro, a diferencia de los milenarios recintos amurallados que se alzan
sobre emplazamientos elevados y claramente diferenciados, se ha desbordado y ya no
es posible identificar cuales son las últimas viviendas.
Génesis de los burgos medievales
Cuando ocurrió el primer éxodo rural masivo de la historia entre los siglos XII y XIII, la vida pública ganó comodidad y oportunidades, muchas oportunidades, que en el campo, donde las clases populares padecían incontables penurias, no había. La transición sólo pudo culminarse por medio de conflictos bélicos, como la guerra de los Cien Años, que terminó obligando a los señores provincianos ceder sus poderes a un rey absoluto, un soberano nacional al que todos debían lealtad. Además, en el seno de los estamentos sociales menos privilegiados, apareció una clase emprendedora de maestros y aprendices experimentados en nuevos oficios artesanales, comerciales y financieros, que se agrupó en asociaciones gremiales con el fin de regular asuntos de producción, precios, distribución laboral o competencia de mercados, sin la arbitrariedad de los censores feudales. Así es como se configura la sociedad burguesa acomodada en los núcleos urbanos: ofreciendo servicios diferentes a la ciudadanía contando con el salvoconducto de un código mercantil más flexible. Comenzaron a verse las primeras comunidades de vecinos que en asamblea aprobaban medidas encaminadas a reactivar los flujos comerciales, como por ejemplo la construcción de puentes, infraestructuras que en otros tiempos hubiesen sido demolidas por facilitar incursiones de ejércitos enemigos. En contrapartida con el mundo agrario, la ciudad es el área de libertades que el pueblo deseaba.
Los nuevos burgos tienen ciertas
peculiaridades que además de embellecer, aportan a las investigaciones muchos
datos sobre la mentalidad,
la cultura y las costumbres de sus habitantes. Para que la ciudad
no sufriera lesiones, era necesario considerar factores externos como el clima
o las siempre presentes amenazas
militares y por ello, los
urbanistas medievales buscaron sitios
elevados, cuanto más inaccesibles mejor, como lomas o colinas vadeadas por fosos o cursos fluviales naturales
que pudieran contener el grueso de las tropas asaltantes. Las precauciones
tomadas en materia de guerra ahora permite al visitante tomar pintorescas
fotografías de una fisonomía urbana muy singular.
El interior sigue un patrón irregular y laberíntico. Las calles
están arremolinadas en torno a un epicentro, ocupado por edificios
monumentales, como catedrales o iglesias dotadas de una gran solidez material. Estos
edificios expresaban los anhelos
espirituales de las gentes
que vivían en estas civitas cristianas
medievales pues los arquitectos y demás artistas construían para expresar lo
que sentían. Rehusaron hacer proyectos
verosímiles a los elementos
naturales o realizar obras bellas, como los clásicos. Ellos querían comunicar
en la fe el contenido y el mensaje de la historia sagrada.
La sede del gobierno civil se ubicaba en castillos alzados sobre los más altos roquedales
y todo el conjunto se acordonaba con un cuerpo de murallas, almenas, barbacanas
y puertas de acceso, elementos arquitectónicos defensivos que observados desde lejos parecían
fijar el marco de una auténtica obra de arte.
CARCASONA
En cuanto a Carcasona se puede decir que
sus propiedades medievales han permanecido intactas, que apenas
es distinta a como se ha conocido, de no ser obviamente por las restauraciones
a las que ha tenido que someterse. El patrimonio superviviente, testigo de
aventuras, traiciones y conspiraciones, guarda en gran medida el aspecto de
antaño, cuando la población francesa comenzó a emigrar a estos burgos
emergentes. Si bien es cierto que el desarrollo ha hecho estragos en la
otra cara del municipio, la Ville
- Baixe o bastida, anacrónica
y fundada a posteriori, el
conjunto de la colina contigua exhibe un espectáculo sin igual.
Codicia feudal en una urbe romana
Los romanos fueron los primeros en considerar la idea de fundar aquí una ciudad puesto que en lo alto de la colina podía mantenerse vigilada la Vía Aquitania, el camino más frecuentado por la parte meridional que enlazaba el Océano con el Mar Mediterráneo. El río Aude que discurre por alrededor también tenía la función de hacer llegar navíos mercantes procedentes de otros puertos.
El enclave recibió el nombre de Colonia Iulia Carcaso y
se fortificó con dos líneas de muralla y un castellum.
César la menciona en su obra De
Bello Gallico como una ciudad leal al Imperio, que incluso prestó
ayuda en su gran expedición pacificadora de las Galias junto con Tolosa y Narbona,
ciudades vecinas de origen romano también.
Cuando el Imperio de Occidente se hizo
insostenible y cedió a las presiones de las tribus
bárbaras, sus generales empezaron a codiciar todo el mundo que crearon y
rivalizaron incluso entre sí por restituir la hegemonía en Europa como hizo Roma. Carcasona,
en su caso, engendró discordias
entre visigodos y francos, ambos interesados en
extender su área de influencia a lo largo de la Septimania, pero la balanza
acabó inclinándose a favor de los godos, que comandados por el rey Alarico II, vencieron al
ejército de Clodoveo en la batalla de Vouillé, allá por el año 507. Bellón, el conde o comes de Barcelona,
sale elegido gobernador de la ciudad, pero en calidad de vasallo puesto que
descendía de la nobleza visigoda asentada en esa misma región. Sin embargo la
paz se rompe nuevamente con las guerras
de religión y en Carcasona se
libró una batalla donde combatieron el ejército de Recaredo, católico converso y
el obispo Ataloco, pastor
arriano narbonense. Éste convocó una coalición, bastante potente y con muchos
efectivos, pero Recaredo, en una astuta maniobra, finge la retirada y de
imprevisto asalta a su adversario en la plaza pública de la ciudad. Muchos
perecen en el ataque y otros son perseguidos hasta hallar la muerte, como Gontrán, el duque de Borgoña y
después del episodio, la ciudad cayó en manos godas durante más de dos siglos
hasta que los musulmanes ocuparon la Península Ibérica y
sometieron a la nobleza hispana, pero Francia, defendida por los caballeros de Carlos Martel y el rey Pipino, resiste y logra
expulsar al invasor africano en el año 752. Pipino defendió Carcasona con el
mismo vigor y ordenó más tarde incorporar la ciudad al recién creado ducado de Aquitania.
Medievo, guerras, emancipación y paz
Al calor de una paz ya consolidada en todo el territorio, Carcasona, igual que otras ciudades, atravesó tiempos de esplendor, prosperidad y desarrollo. El mandato durante estos años recayó en la familia Trencavel, cuyos miembros pasaron a gobernar con el rango de vizcondes. Ellos firmaron la carta de libertad en 1184 y ordenaron poner las primeras piedras de la catedral y el castillo. Los asuntos municipales marchaban tan bien que ni el señor ni su pueblo permitieron intromisiones de la realeza y por ello estuvieron dispuestos incluso a tolerar la herejía cátara en sus dominios, que era sacrílega, pero opuesta de plano al gobierno central. Raymund Roger Trencavels acepta sin vacilar el desafío que del papa Inocencio III, aliado para la ocasión con el monarca Felipe Augusto y el primero de agosto de 1220 ambos ordenan el asedio a la ciudad. La población de Carcasona sólo tuvo fuerzas para resistir quince largos días. Después, por el éxito obtenido, la ciudad acabó siendo transferida al jefe militar de aquella cruzada, Simón de Monfort. Como toda la Galia, Carcasona volvió a tener un solo rey, pero inesperadamente y conspirando en la sombra, el nuevo líder es Ramón Trencavel II, hijo del malogrado señor que pactó con los herejes. Organizó una revuelta, que nuevamente fracasó. Lo único que consiguió fue salir exiliado con sus hombres hacia tierras extrañas, aunque un acuerdo tácito con el rey permitió a todos asentarse en plena llanura y fundar a pocos metros la Bastida de San Luis.
El siguiente conflicto en que se ve
involucrada esta ciudad tan disputada es la Guerra de los Cien Años, determinante dicho sea de paso en el curso de la
historia medieval. Enfrentó a los reyes
de Francia e Inglaterra entre
1337 y 1453. Ambos midieron sus fuerzas en numerosas batallas, a la vez que
pactaban largas treguas, por lo que prolongaron el conflicto más tiempo del
esperado. El motivo que desencadenó las hostilidades fueron las reticencias de
los reyes ingleses en cumplir con el vasallaje que debían rendir al rey francés y
menos en este momento en que Inglaterra comenzaba a ser una potencia mundial. La estrategia
diplomática de los Plantagenet ingleses, fue prestar apoyo a
los caballeros nostálgicos del
régimen feudal que gobernaban
en la periferia francesa, y juntos detener el poder expansivo de la casa Valois, señora del trono
parisino.
Aquitania, y por consiguiente, Carcasona,
estuvo administrada como ducado por los reyes ingleses, pero su rumbo político,
así como la elección de su gobierno, eran decisiones que competían a los
consejeros reales de Felipe Augusto. Por ello, Enrique II de Inglaterra declara su insumisión y
Felipe lo desarraiga de sus derechos sobre el ducado, pues mantener la
soberanía aquí era indispensable para detener el avance imperialista de la corte inglesa. No fue hasta la
entronización de Eduardo,
a quien la historia lo ha perpetuado como el Príncipe
Negro, cuando en un gesto de arrogancia invitó a los nobles franceses a
reconocer su derecho como heredero
legítimo de la corona
francesa. Tal y como ocurrieron los hechos, la pugna por dominar Aquitania
trascendió a una guerra que decidió la sucesión
al trono francés. Eduardo congregó, con habilidad
diplomática hay que decir, el
resentimiento de los nobles que no querían impertinencias del gobierno central
en sus tierras y tras los tratados de Brètigny y Calais (1360), Francia
reconoce la soberanía sobre el ducado a cambio de que Eduardo renunciase a sus aspiraciones de proclamarse nuevo delfín. Los
acuerdos no se cumplieron y la guerra continuó hasta que Juana de Arco, movida por
inspiración divina, condujo al príncipe Carlos a su coronación en Reims y al levantamiento del cerco de Orleans. Al cabo de
unos años el ejército francés, entusiasmado y lleno de esperanzas, expulsó a
los ingleses de territorio continental para siempre. El mapa político de
Francia se reorganiza, aparece un nuevo sentido de la unidad nacional y los condados y ducados antes independientes, ahora
empiezan a ser más franceses que nunca.
Carcasona no fue ajena al conflicto y
sufrió un saqueo de Eduardo que desembocó en incendio. La
voracidad con que avanzaron las llamas fue imparable y la Bastida de San Luis
fue arrasada, aunque no el recinto amurallado de la colina que resistió
estoicamente a los ataques ingleses. Cuando todo acabó, la paz reinó sobre esta ciudad tanto que las
fortalezas se fueron inutilizando poco a poco. La ciudad adquirió más
importancia como nudo
comercial que como baluarte
militar y desarrolló una potente industria
textil que exportaba sus
géneros a ciudades portuarias de larga distancia. Por su parte, los mercaderes extranjeros también se daban cita aquí para
importar vinos y aguardientes.
PATRIMONIO
El patrimonio de Carcasona tiene grabado
el sello de una dilatada
historia que poco a poco ha
ido dando forma a la ciudad. Aún sobrevive la atmósfera medieval en estos
lugares que tienen las cualidades necesarias para deleitar al viajante y
hacerle creer que se encuentra en un parque
temático, pero sin montajes ni decorados de cartón piedra. Para evocar las crónicas que uno ha podido leer sobre Carcasona
solo hay que caminar por el empedrado de sus calles y colocar los personajes
que ha imaginado en el inmenso escenario desplegado ante sus ojos. El encanto
de esta ciudad reside en que al no haber elementos distorsionados y seriamente
dañados por la mano del hombre, cada rincón es como si hablase por sí mismo de
los fascinantes hechos que aquí acontecieron. Sillares, muros, torres,
edificios, todo encierra un secreto que puede admirarse sin dificultad y las
descripciones que incluyo a continuación, tienen nombre, pero también tienen
rostro.
En el extremo occidental yace la Catedral San Nazario y San Celso,
levantada sobre el solar de una antigua basílica del siglo V cuyo mecenas fue
el rey godo Teodorico. Las
obras de la catedral dieron comienzo el 12 de junio de 1096 tras la bendición
del papa Urbano II y se terminó en la primera mitad del
siglo XII, siguiendo las directrices del estilo
románico imperante. Por fuera
es una mole que recuerda más bien a una fortaleza,
pero presenta algunos ornamentos de corte gótico que responden a la reforma
llevada a cabo por los obispos Pierre
de Rochefort (1300 - 1321) y Pierre Rodier (1323 - 1330). El abocinamiento de la entrada principal o las vidrieras cromadas son detalles añadidos a raíz de dicha
reforma. El interior presenta una nave principal con seis arcadas sobre las que
descansa una bóveda de cañón con capiteles palmeados, ajedrezados y reticulados,
típicos en el lenguaje artístico románico. No obstante, transepto, presbiterio y cabecera,
además de triforio, son
modificados o agregados en la posterior reforma. El sepulcro del obispo Rocefort se encuentra alojado en la capilla del
brazo norte del transepto, junto a un gran relieve superior que plasma la
figura del difunto acompañado de dos arcedianos, encasillados los tres en
gabletes góticos. En el muro oeste descansan los restos de Simón de Montfort en una cama sepulcral situada a los
pies también de un bajorrelieve que representa el asedio que dirigió en las
cruzadas albigenses de 1220. El coro absorbe la luz policromada que entra por
las grandes vidrieras del Arbol
de Jessé, en la capilla de la Vigen, y el Árbol de la Vida, en la
capilla de la Santa Cruz.
Por su parte, los vizcondes de Trencavel
mandaron alzar en las estribaciones rocosas del norte un castillo para instalar
su residencia. Las estancias aparecen dispuestas en torno a un patio de armas, formando una
letra "U" de 80 por 40 metros. El conjunto está cerrado por el
broche que forma la capilla de
Santa María, decorada prolijamente con pinturas murales, frisos cincelados
de figuras fantásticas y una escena
de batalla entre franceses y sarracenos, que puede representar o bien la
cruzada de Jerusalén, o bien la Reconquista española. Uno de los lados está
presidido por la torre San
Pablo, un puesto de vigilancia que domina a vista de pájaro el castillo
entero. La entrada descansa sobre el final de un puente de piedra y está
cobijada por dentro con dos torres defensivas que miran al patio interior.
Otra torre, la torre de
la Justicia, permanece sobre unas ruinas romanas y funcionó como prisión
dependiente del tribunal de la Inquisición, que convocaba los autos en la
almena cuadrada del mismo nombre, cercana al río.
Los accesos a la ciudad vienen determinados
por dos majestuosas puertas: la Narbonense y la del Aude, una en levante, la otra
en poniente. La primera consiste en una entrada flanqueada por dos almenas gemelas, comunicadas
entre sí por varias galerías
traseras. Ambas eran habitables por guardias permanentes, que asomaban sus
ballestas a través de unas aberturas por donde podían disparar proyectiles a
larga distancia. Como el estado de alarma era muy habitual, las salas están
preparadas para dar cabida a soldados por un período
de tiempo indefinido, de tal forma que aún se pueden observar añadidos
domésticos como chimeneas o depósitos de agua. La parte este, que comunica con
la Villa Baja de San Luis, tiene su acceso propio en la puerta del Aude que
data del siglo XII pero está inserta en un tramo
de muralla visigodo. Hay un muro
exterior más joven incluso
que la propia puerta y la explicación puede estar en las precauciones que se
tomaron para bloquear excavaciones enemigas desde fuera hacia dentro, recurso
muy utilizado para evitar las luchas a pie de muralla, más peligrosas para los
asaltantes que para los asaltados. El acceso a la puerta está al final de un sendero empinado, probablemente
hecho así a propósito para iniciar bombardeos desde interior si el enemigo conseguía
llegar a este lugar.
LA RESTAURACIÓN DE VIOLET LE DUC
El aspecto de la Cité en el medievo se ha
borrado tras las sucesivas
restauraciones que en su
delicado estado de conservación, evidenciado por los avatares históricos, han
tenido que acometerse sin remedio. La restauración del arquitecto Viollet - Le Duc (1814 - 1879) es la más perceptible a
día de hoy por ser la última que se hizo. Se sabe que tuvo predecesores como Luis
IV, San Luis, y Felipe
III, el Atrevido,
aunque sus intervenciones llegaron para reconstruir Carcasonas vapuleadas por
caóticas guerras. Los desperfectos de la Carcasona que quiso restaurar Le Duc
no vinieron por causas bélicas, sino por causas
naturales. Abandonadas las fortalezas, el desuso y el paso del tiempo
fueron desluciendo obviamente la cara de una ciudad que antaño frecuentaron una
generación tras otra. Por ello, el arquitecto francés tomó la determinación de
borrar todo vestigio de
ancianidad y dar a la ciudad
un aspecto de ensueño, es
decir, más perfecto aún del
que pudieron desear sus fundadores.
El entusiasmo de Le Duc por el mundo
medieval era conocido. Sintonizaba con los cánones del ideario romántico, que junto
con otros compañeros arquitectos tuvo oportunidad de expresar en un organismo
llamado Comission de Monuments
Historique. Publica estudios críticos sobre la forma de construir gótica a la par que se encarga de escenografías teatrales en
funciones para público cortesano.
Antes de iniciar sus obras él quiso tener
un punto de vista histórico,
conocer las técnicas de construcción góticas pero también comprender el
pensamiento y la mentalidad de esos constructores. Por este motivo contactó con historiadores y arqueólogos,
para averiguar con todo lujo de detalles cómo era ese pasado al que tenía que
enfrentarse en sus trabajos. De él se dice que rechazó la imitación porque reproducir líneas, formas y
colores estaba muy lejos de su intención. Le Duc utiliza el pasado para hallar
nuevas fórmulas, obsequiar al público con la imagen que habitaba en la mente de
sus predecesores, pero que con los medios y los conocimientos arquitectónicos
que tenían no pudieron hacer realidad. Él dice "si Vitruvio volviera al
mundo, admiraría mucho las catedrales, él sabría perfectamente como reconocer
el mérito" porque Leduc no deseó conservar o reparar en sus restauraciones, sino relucir, tal y como hacía en el
montaje de sus escenarios.
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lunes, 23 de diciembre de 2013
Ciudades medievales del siglo XXI: Carcasona
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