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lunes, 23 de diciembre de 2013

Ciudades medievales del siglo XXI: Carcasona


Gracias a que los pueblos han aprendido a ver la necesidad de mantener unidos los lazos con el pasado, la modernización, que se esparce frenéticamente por todas partes, apenas ha incidido en varias ciudades que por su trascendencia cultural son especiales y merecen protegerse de las perturbaciones industriales. Los investigadores que invierten tiempo en estudiar cómo y de dónde venimos, tienen hoy día la suerte de admirar lugares de época ateniéndose a las garantías que salvaguardan las leyes de patrimonio reclamadas por los titulares de los bienes artísticos, conscientes ellos de lo importante que es revivir hechos históricos y preservar la herencia como parte de un tesoro común.

Sin embargo, estamos ante unas pocas excepciones y el entorno urbano, sobre todo el de las grandes ciudades, ahora muestra una imagen futurista y sus límites, si es que tiene, se antojan difusos e interminables debido a la acción directa de la especulación urbanística. Hay diferencias estéticas evidentes entre las que fueron antiguas villas medievales y las aglomeraciones actuales, pero la causa que puede explicar tal distanciamiento, podría estar en el grado de artificialidad, mucho más sentido ahora que antes. Parece como que el paisaje se ha deshumanizado y ahora las ciudades contrastan bruscamente con la naturaleza en que se inscriben. Su perímetro, a diferencia de los milenarios recintos amurallados que se alzan sobre emplazamientos elevados y claramente diferenciados, se ha desbordado y ya no es posible identificar cuales son las últimas viviendas.

Ciudad Rodrigo
(España)

Génesis de los burgos medievales

Cuando ocurrió el primer éxodo rural masivo de la historia entre los siglos XII y XIII, la vida pública ganó comodidad y oportunidades, muchas oportunidades, que en el campo, donde las clases populares padecían incontables penurias, no había. La transición sólo pudo culminarse por medio de conflictos bélicos, como la guerra de los Cien Años, que terminó obligando a los señores provincianos ceder sus poderes a un rey absoluto, un soberano nacional al que todos debían lealtad. Además, en el seno de los estamentos sociales menos privilegiados, apareció una clase emprendedora de maestros y aprendices experimentados en nuevos oficios artesanales, comerciales y financieros, que se agrupó en asociaciones gremiales con el fin de regular asuntos de producción, precios, distribución laboral o competencia de mercados, sin la arbitrariedad de los censores feudales. Así es como se configura la sociedad burguesa acomodada en los núcleos urbanos: ofreciendo servicios diferentes a la ciudadanía contando con el salvoconducto de un código mercantil más flexible. Comenzaron a verse las primeras comunidades de vecinos que en asamblea aprobaban medidas encaminadas a reactivar los flujos comerciales, como por ejemplo la construcción de puentes, infraestructuras que en otros tiempos hubiesen sido demolidas por facilitar incursiones de ejércitos enemigos. En contrapartida con el mundo agrario, la ciudad es el área de libertades que el pueblo deseaba.

Dubrovnik
(Croacia)
Los nuevos burgos tienen ciertas peculiaridades que además de embellecer, aportan a las investigaciones muchos datos sobre la mentalidad, la cultura y las costumbres de sus habitantes. Para que la ciudad no sufriera lesiones, era necesario considerar factores externos como el clima o las siempre presentes amenazas militares y por ello, los urbanistas medievales buscaron sitios elevados, cuanto más inaccesibles mejor, como lomas o colinas vadeadas por fosos o cursos fluviales naturales que pudieran contener el grueso de las tropas asaltantes. Las precauciones tomadas en materia de guerra ahora permite al visitante tomar pintorescas fotografías de una fisonomía urbana muy singular.

El interior sigue un patrón irregular y laberíntico. Las calles están arremolinadas en torno a un epicentro, ocupado por edificios monumentales, como catedrales o iglesias dotadas de una gran solidez material. Estos edificios expresaban los anhelos espirituales de las gentes que vivían en estas civitas cristianas medievales pues los arquitectos y demás artistas construían para expresar lo que sentían. Rehusaron hacer proyectos verosímiles a los elementos naturales o realizar obras bellas, como los clásicos. Ellos querían comunicar en la fe el contenido y el mensaje de la historia sagrada.

La sede del gobierno civil se ubicaba en castillos alzados sobre los más altos roquedales y todo el conjunto se acordonaba con un cuerpo de murallas, almenas, barbacanas y puertas de acceso, elementos arquitectónicos defensivos que observados desde lejos parecían fijar el marco de una auténtica obra de arte.


San Marino

CARCASONA

En cuanto a Carcasona se puede decir que sus propiedades medievales han permanecido intactas, que apenas es distinta a como se ha conocido, de no ser obviamente por las restauraciones a las que ha tenido que someterse. El patrimonio superviviente, testigo de aventuras, traiciones y conspiraciones, guarda en gran medida el aspecto de antaño, cuando la población francesa comenzó a emigrar a estos burgos emergentes. Si bien es cierto que el desarrollo ha hecho estragos en la otra cara del municipio, la Ville - Baixe o bastida, anacrónica y fundada a posteriori, el conjunto de la colina contigua exhibe un espectáculo sin igual.

Casco antiguo de Carcasona y al fondo, la Villa Baja
Codicia feudal en una urbe romana 

Los romanos fueron los primeros en considerar la idea de fundar aquí una ciudad puesto que en lo alto de la colina podía mantenerse vigilada la Vía Aquitania, el camino más frecuentado por la parte meridional que enlazaba el Océano con el Mar Mediterráneo. El río Aude que discurre por alrededor también tenía la función de hacer llegar navíos mercantes procedentes de otros puertos.

El enclave recibió el nombre de Colonia Iulia Carcaso y se fortificó con dos líneas de muralla y un castellum. César la menciona en su obra De Bello Gallico como una ciudad leal al Imperio, que incluso prestó ayuda en su gran expedición pacificadora de las Galias junto con Tolosa y Narbona, ciudades vecinas de origen romano también.

Cuando el Imperio de Occidente se hizo insostenible y cedió a las presiones de las tribus bárbaras, sus generales empezaron a codiciar todo el mundo que crearon y rivalizaron incluso entre sí por restituir la hegemonía en Europa como hizo Roma. Carcasona, en su caso, engendró discordias entre visigodos y francos, ambos interesados en extender su área de influencia a lo largo de la Septimania, pero la balanza acabó inclinándose a favor de los godos, que comandados por el rey Alarico II, vencieron al ejército de Clodoveo en la batalla de Vouillé, allá por el año 507. Bellón, el conde o comes de Barcelona, sale elegido gobernador de la ciudad, pero en calidad de vasallo puesto que descendía de la nobleza visigoda asentada en esa misma región. Sin embargo la paz se rompe nuevamente con las guerras de religión y en Carcasona se libró una batalla donde combatieron el ejército de Recaredo, católico converso y el obispo Ataloco, pastor arriano narbonense. Éste convocó una coalición, bastante potente y con muchos efectivos, pero Recaredo, en una astuta maniobra, finge la retirada y de imprevisto asalta a su adversario en la plaza pública de la ciudad. Muchos perecen en el ataque y otros son perseguidos hasta hallar la muerte, como Gontrán, el duque de Borgoña y después del episodio, la ciudad cayó en manos godas durante más de dos siglos hasta que los musulmanes ocuparon la Península Ibérica y sometieron a la nobleza hispana, pero Francia, defendida por los caballeros de Carlos Martel y el rey Pipino, resiste y logra expulsar al invasor africano en el año 752. Pipino defendió Carcasona con el mismo vigor y ordenó más tarde incorporar la ciudad al recién creado ducado de Aquitania.

Recaredo hablando a los Obispos en el Concilio III de Toledo, año 589. Códice Vigiliano, fol. 145, Biblioteca del Escorial  http://espanaeterna.blogspot.com.es/2011_04_01_archive.html

Medievo, guerras, emancipación y paz

Al calor de una paz ya consolidada en todo el territorio, Carcasona, igual que otras ciudades, atravesó tiempos de esplendor, prosperidad y desarrollo. El mandato durante estos años recayó en la familia Trencavel, cuyos miembros pasaron a gobernar con el rango de vizcondes. Ellos firmaron la carta de libertad en 1184 y ordenaron poner las primeras piedras de la catedral y el castillo. Los asuntos municipales marchaban tan bien que ni el señor ni su pueblo permitieron intromisiones de la realeza y por ello estuvieron dispuestos incluso a tolerar la herejía cátara en sus dominios, que era sacrílega, pero opuesta de plano al gobierno central. Raymund Roger Trencavels acepta sin vacilar el desafío que del papa Inocencio III, aliado para la ocasión con el monarca Felipe Augusto y el primero de agosto de 1220 ambos ordenan el asedio a la ciudad. La población de Carcasona sólo tuvo fuerzas para resistir quince largos días. Después, por el éxito obtenido, la ciudad acabó siendo transferida al jefe militar de aquella cruzada, Simón de Monfort. Como toda la Galia, Carcasona volvió a tener un solo rey, pero inesperadamente y conspirando en la sombra, el nuevo líder es Ramón Trencavel II, hijo del malogrado señor que pactó con los herejes. Organizó una revuelta, que nuevamente fracasó. Lo único que consiguió fue salir exiliado con sus hombres hacia tierras extrañas, aunque un acuerdo tácito con el rey permitió a todos asentarse en plena llanura y fundar a pocos metros la Bastida de San Luis.
Carta firmada por los caballeros y prelados de la  cruzada contra los albigenses, con las instrucciones a seguir en los territorios ocupados.


File:Cathars expelled.JPG
Cátaros expulsados de Carcasona.  


El siguiente conflicto en que se ve involucrada esta ciudad tan disputada es la Guerra de los Cien Años, determinante dicho sea de paso en el curso de la historia medieval. Enfrentó a los reyes de Francia e Inglaterra entre 1337 y 1453. Ambos midieron sus fuerzas en numerosas batallas, a la vez que pactaban largas treguas, por lo que prolongaron el conflicto más tiempo del esperado. El motivo que desencadenó las hostilidades fueron las reticencias de los reyes ingleses en cumplir con el vasallaje que debían rendir al rey francés y menos en este momento en que Inglaterra comenzaba a ser una potencia mundial. La estrategia diplomática de los Plantagenet ingleses,  fue prestar apoyo a los caballeros nostálgicos del régimen feudal que gobernaban en la periferia francesa, y juntos detener el poder expansivo de la casa Valois, señora del trono parisino.
El mapa de la Guerra de los Cien Años. 

Aquitania, y por consiguiente, Carcasona, estuvo administrada como ducado por los reyes ingleses, pero su rumbo político, así como la elección de su gobierno, eran decisiones que competían a los consejeros reales de Felipe Augusto. Por ello, Enrique II de Inglaterra declara su insumisión y Felipe lo desarraiga de sus derechos sobre el ducado, pues mantener la soberanía aquí era indispensable para detener el avance imperialista de la corte inglesa. No fue hasta la entronización de Eduardo, a quien la historia lo ha perpetuado como el Príncipe Negro, cuando en un gesto de arrogancia invitó a los nobles franceses a reconocer su derecho como heredero legítimo de la corona francesa. Tal y como ocurrieron los hechos, la pugna por dominar Aquitania trascendió a una guerra que decidió la sucesión al trono francés. Eduardo congregó, con habilidad diplomática hay que decir, el resentimiento de los nobles que no querían impertinencias del gobierno central en sus tierras y tras los tratados de Brètigny y Calais (1360), Francia reconoce la soberanía sobre el ducado a cambio de que Eduardo renunciase a sus aspiraciones de proclamarse nuevo delfín. Los acuerdos no se cumplieron y la guerra continuó hasta que Juana de Arco, movida por inspiración divina, condujo al príncipe Carlos a su coronación en Reims y al levantamiento del cerco de Orleans. Al cabo de unos años el ejército francés, entusiasmado y lleno de esperanzas, expulsó a los ingleses de territorio continental para siempre. El mapa político de Francia se reorganiza, aparece un nuevo sentido de la unidad nacional y los condados y ducados antes independientes, ahora empiezan a ser más franceses que nunca.

File:EdwardIII-Cassell.jpg
Eduardo III de Inglaterra, El Príncipe Negro.

Carcasona no fue ajena al conflicto y sufrió un saqueo de Eduardo que desembocó en incendio. La voracidad con que avanzaron las llamas fue imparable y la Bastida de San Luis fue arrasada, aunque no el recinto amurallado de la colina que resistió estoicamente a los ataques ingleses. Cuando todo acabó, la paz reinó sobre esta ciudad tanto que las fortalezas se fueron inutilizando poco a poco. La ciudad adquirió más importancia como nudo comercial que como baluarte militar y desarrolló una potente industria textil que exportaba sus géneros a ciudades portuarias de larga distancia. Por su parte, los mercaderes extranjeros también se daban cita aquí para importar vinos y aguardientes.


PATRIMONIO

El patrimonio de Carcasona tiene grabado el sello de una dilatada historia que poco a poco ha ido dando forma a la ciudad. Aún sobrevive la atmósfera medieval en estos lugares que tienen las cualidades necesarias para deleitar al viajante y hacerle creer que se encuentra en un parque temático, pero sin montajes ni decorados de cartón piedra. Para evocar las crónicas que uno ha podido leer sobre Carcasona solo hay que caminar por el empedrado de sus calles y colocar los personajes que ha imaginado en el inmenso escenario desplegado ante sus ojos. El encanto de esta ciudad reside en que al no haber elementos distorsionados y seriamente dañados por la mano del hombre, cada rincón es como si hablase por sí mismo de los fascinantes hechos que aquí acontecieron. Sillares, muros, torres, edificios, todo encierra un secreto que puede admirarse sin dificultad y las descripciones que incluyo a continuación, tienen nombre, pero también tienen rostro.



En el extremo occidental yace la Catedral San Nazario y San Celso, levantada sobre el solar de una antigua basílica del siglo V cuyo mecenas fue el rey godo Teodorico. Las obras de la catedral dieron comienzo el 12 de junio de 1096 tras la bendición del papa Urbano II y se terminó en la primera mitad del siglo XII, siguiendo las directrices del estilo románico imperante. Por fuera es una mole que recuerda más bien a una fortaleza, pero presenta algunos ornamentos de corte gótico que responden a la reforma llevada a cabo por los obispos Pierre de Rochefort (1300 - 1321) y Pierre Rodier (1323 - 1330). El abocinamiento de la entrada principal o las vidrieras cromadas son detalles añadidos a raíz de dicha reforma. El interior presenta una nave principal con seis arcadas sobre las que descansa una bóveda de cañón con capiteles palmeados, ajedrezados y reticulados, típicos en el lenguaje artístico románico. No obstante, transepto, presbiterio y cabecera, además de triforio, son modificados o agregados en la posterior reforma. El sepulcro del obispo Rocefort se encuentra alojado en la capilla del brazo norte del transepto, junto a un gran relieve superior que plasma la figura del difunto acompañado de dos arcedianos, encasillados los tres en gabletes góticos. En el muro oeste descansan los restos de Simón de Montfort en una cama sepulcral situada a los pies también de un bajorrelieve que representa el asedio que dirigió en las cruzadas albigenses de 1220. El coro absorbe la luz policromada que entra por las grandes vidrieras del Arbol de Jessé, en la capilla de la Vigen, y el Árbol de la Vida, en la capilla de la Santa Cruz.










Por su parte, los vizcondes de Trencavel mandaron alzar en las estribaciones rocosas del norte un castillo para instalar su residencia. Las estancias aparecen dispuestas en torno a un patio de armas, formando una letra "U"  de 80 por 40 metros. El conjunto está cerrado por el broche que forma la capilla de Santa María, decorada prolijamente con pinturas murales, frisos cincelados de figuras fantásticas y una escena de batalla entre franceses y sarracenos, que puede representar o bien la cruzada de Jerusalén, o bien la Reconquista española. Uno de los lados está presidido por la torre San Pablo, un puesto de vigilancia que domina a vista de pájaro el castillo entero. La entrada descansa sobre el final de un puente de piedra y está cobijada por dentro con dos torres defensivas que miran al patio interior.  Otra torre, la torre de la Justicia, permanece sobre unas ruinas romanas y funcionó como prisión dependiente del tribunal de la Inquisición, que convocaba los autos en la almena cuadrada del mismo nombre, cercana al río.


Los accesos a la ciudad vienen determinados por dos majestuosas puertas: la Narbonense y la del Aude, una en levante, la otra en poniente. La primera consiste en una entrada flanqueada por dos almenas gemelas, comunicadas entre sí por varias galerías traseras. Ambas eran habitables por guardias permanentes, que asomaban sus ballestas a través de unas aberturas por donde podían disparar proyectiles a larga distancia. Como el estado de alarma era muy habitual, las salas están preparadas para dar cabida a soldados por un período de tiempo indefinido, de tal forma que aún se pueden observar añadidos domésticos como chimeneas o depósitos de agua. La parte este, que comunica con la Villa Baja de San Luis, tiene su acceso propio en la puerta del Aude que data del siglo XII pero está inserta en un tramo de muralla visigodo. Hay un muro exterior más joven incluso que la propia puerta y la explicación puede estar en las precauciones que se tomaron para bloquear excavaciones enemigas desde fuera hacia dentro, recurso muy utilizado para evitar las luchas a pie de muralla, más peligrosas para los asaltantes que para los asaltados. El acceso a la puerta está al final de un sendero empinado, probablemente hecho así a propósito para iniciar bombardeos desde interior si el enemigo conseguía llegar a este lugar.



LA RESTAURACIÓN DE VIOLET LE DUC

El aspecto de la Cité en el medievo se ha borrado tras las sucesivas restauraciones que en su delicado estado de conservación, evidenciado por los avatares históricos, han tenido que acometerse sin remedio. La restauración del arquitecto Viollet - Le Duc (1814 - 1879) es la más perceptible a día de hoy por ser la última que se hizo. Se sabe que tuvo predecesores como Luis IVSan Luis, y Felipe III, el Atrevido, aunque sus intervenciones llegaron para reconstruir Carcasonas vapuleadas por caóticas guerras. Los desperfectos de la Carcasona que quiso restaurar Le Duc no vinieron por causas bélicas, sino por causas naturales. Abandonadas las fortalezas, el desuso y el paso del tiempo fueron desluciendo obviamente la cara de una ciudad que antaño frecuentaron una generación tras otra. Por ello, el arquitecto francés tomó la determinación de borrar todo vestigio de ancianidad y dar a la ciudad un aspecto de ensueño, es decir, más perfecto aún del que pudieron desear sus fundadores.




El entusiasmo de Le Duc por el mundo medieval era conocido. Sintonizaba con los cánones del ideario romántico, que junto con otros compañeros arquitectos tuvo oportunidad de expresar en un organismo llamado Comission de Monuments Historique. Publica estudios críticos sobre la forma de construir gótica a la par que se encarga de escenografías teatrales en funciones para público cortesano.

Antes de iniciar sus obras él quiso tener un punto de vista histórico, conocer las técnicas de construcción góticas pero también comprender el pensamiento y la mentalidad de esos constructores. Por este motivo contactó con historiadores y arqueólogos, para averiguar con todo lujo de detalles cómo era ese pasado al que tenía que enfrentarse en sus trabajos. De él se dice que rechazó la imitación porque reproducir líneas, formas y colores estaba muy lejos de su intención. Le Duc utiliza el pasado para hallar nuevas fórmulas, obsequiar al público con la imagen que habitaba en la mente de sus predecesores, pero que con los medios y los conocimientos arquitectónicos que tenían no pudieron hacer realidad. Él dice "si Vitruvio volviera al mundo, admiraría mucho las catedrales, él sabría perfectamente como reconocer el mérito" porque Leduc no deseó conservar o reparar en sus restauraciones, sino relucir, tal y como hacía en el montaje de sus escenarios.



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