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jueves, 31 de julio de 2014

Bartolomé de las Casas y Carlos V: la diplomacia frente a la violencia en el paraíso






Camino hacia el desastre en Las Indias
Desde que el descubrimiento de América facilitase la apropiación de “tierras firmes halladas y por hallar”, tal y como refería la bula “Inter Caetera” de Alejandro VI (1493), al reino español, aventureros de diversa procedencia se lanzaron a la mar en busca de riquezas y oportunidades con el fin de paliar el triste porvenir que les esperaba. La expresión “hacer las Américas” hacía alusión a expediciones que atravesaban tierras vírgenes, repletas a priori de las riquezas que harían a los colonos llevar un estilo de vida similar al de los patrones que despedían en la otra orilla. Las travesías eran eternas y la mar deparaba inesperados peligros, pero la idea de gobernar poblados indígenas y explotar yacimientos mineros, les infundió el ánimo que necesitaban. 

El recuerdo de la primera mitad del siglo XVI en Las Indias está ligado a las grandes conquistas de Hernán Cortes y Francisco Pizarro. Regiones que multiplicaban en extensión la Península habían sido descubiertas y la Corona tenía especial interés en prolongar aquí sus dominios. Evitando que la insensatez ocasionara daños en el Imperio, Carlos V acudió a los grandes intelectuales del Renacimiento que situaban el centro de atención universal en el hombre y sus aptitudes, como Erasmo de Rotterdam, Mercurio Gattinara y muchos otros. Entre todos pretendieron cumplir el objetivo de crear una Cristiandad armónica y pacífica, comandada por dos soberanos: el papa y el emperador.   

El clima distendido y apacible del Humanismo favoreció la entrada en escena de fray Bartolomé de las Casas, dominico y librepensador, portador de una marcada personalidad compasiva. Cuando desembarcó por primera vez en La Española, encontró un pueblo abocado al caos y la destrucción, similar al que profetizaban los demás hermanos de la orden que vivían allí y contemplaban aquellos horrendos sucesos. Uno de los más beligerantes fue fray Antón Montesino. Este monje dominico se convirtió en una celebridad tras pronunciar el sermón del 21 de diciembre de 1511 que abrió con un pasaje del Evangelio de San Juan “Yo soy una voz que clama en el desierto”, explicando después con frases temerarias el comportamiento de las autoridades isleñas como el gobernador Diego Colón, al cual acusó de guerrear con gentes tan mansas y pacíficas, de oprimirlos, fatigarlos y someterles a tan duros trabajos. En España, el rey Fernando tuvo noticias de lo que ocurría y ordenó que castigasen a Montesino cortando su avituallamiento diario, aunque él insistió en amedrentar a las masas hasta que pareciese que presagiaba una verdadera catástrofe. 


Fray Antón Montesino en el Sermón de Adviento de 1511
Santo Domingo, República Dominicana
El trato a los indios violaba la ética pregonada por las Escrituras. Para que entraran en razón, las órdenes religiosas tomaron como reto abogar por la redención divina de los pobres cristianos que eran tan incrédulos como para no darse cuenta de las atrocidades que cometían. No fue fácil hallar la solución ya que el maltrato no era el único mal que aquejaba a la civilización india. Había tribus enemistadas que combatían entre sí cada vez con más intensidad por los capitanes españoles que azuzaban a los jefes tribales para debilitar sus fuerzas, consiguiendo así librar obstáculos y continuar con la conquista. Tampoco ayudó la lentitud del desarrollo de las colonias porque ante todo primaba estrechar la disciplina de los indios que trabajaban las minas. A tales efectos, las cifras ilustraron lo que ocurrió. Según Bernard Lavallé, en su obra “Bartolomé de las Casas: entre la espada y la cruz”, La Española tenía 14 poblados, habitados por 14.000 indios puestos a disposición de solo 300 o 600 españoles. Un 70% estaba empleado en la industria minera, lo que obligó al Consejo de Indias, mandar urgentemente labradores de la metrópoli para estabilizar la economía local. Subieron a bordo junto con esclavos negros traídos de África, pues los estatutos aún no les tenían por hombres libres. La medida fue secundada por el cardenal Adriano de Utrecht, fiel instructor de Carlos V, por cuya intercesión alcanzó el solio pontificio.

Esclavos indígenas y negros trabajando en una mina de oro de La Española
Pero ¿por qué los indios vivían en la orfandad legal? Es evidente que sus patrones los sometieron para obtener el máximo rendimiento posible. Sin embargo, hay que considerar la injerencia de otros actores, religiosos por lo general, impulsores de la violencia por considerar que no eran aptos para recibir el mensaje divino. Para centrarnos en los hechos relatados en esta entrada, citaremos a Juan Ginés de Sepúlveda y la orden de los jerónimos, el ala más conservadora de la Iglesia española. Juntos reprocharon que los indios holgaran en ceremonias, se emborracharan o tuviesen el corazón tan duro para practicar esos sacrificios humanos que exigían sus dioses. Y si esto no era suficiente, a la larga amasaron grandes caudales de dinero mediante tierras y haciendas particulares que fueron adquiriendo. 

La Corona quiso terciar para mejorar las condiciones de vida del indio, sabiendo por otro lado que había un interés por actuar con prudencia para preservar los lazos que la unían con la emergente aristocracia colonial. Cada paso que los reyes daban a favor del “derecho natural”, pensamiento que defendía Las Casas y los suyos, los colonos respondían con más autodeterminación o insurrecciones militares incluso, como la que acaudilló Gonzalo Pizarro en el Perú. El primero en convocar teólogos y juristas fue Fernando. Las reuniones que tuteló el rey católico más tarde dieron a luz las Leyes de Burgos u 'Ordenanzas para el tratamiento de los indios' de 1512. En ellas exhortaron a los colonos a que moderasen el trato hacia los indios y se ocuparan de divulgar la catequesis, porque no olvidemos que la Corona de Castilla pactó en la denominada bula alejandrina obrar en América por delegación papal y, por tanto, el proceso colonizador tenía que empezar en primera instancia con la conversión.

El fenómeno de aculturación tuvo importantes complicaciones, partiendo de que eran pueblos diametralmente opuestos. Las comunicaciones, sobre todo en las fases iniciales, se hicieron muy difíciles. Apenas había intérpretes si exceptuamos la legendaria Malinche que acompañó a Cortés en sus travesías por territorio azteca. Practicaban una religión politeísta y el cristianismo, guardián de la unidad no era bien recibido. Pero a pesar del deficiente entendimiento que había entre ambas partes, el libre albedrío era una de las claves del catolicismo y la voz de la conciencia mandaba al menos ofrecer a los indios escoger o declinar la conversión. El acto fue denominado requerimiento y fue seña de identidad de los conquistadores hispanos. La toma de contacto con ellos comenzaba con una perorata que explicaba la razón por la que estaban allí: tomar posesión de sus tierras en nombre de Dios. Si rechazaban acogerles encontrarían la guerra sin cuartel. En verdad fue una manera que ingeniaron de legitimar la conquista y el ofrecimiento entrañaba un pretexto para lanzar un ultimátum.El formalismo sobrevivió durante décadas y a él se atenían los españoles cada vez que se internaban en un poblado desconocido.
Requerimiento a Atahualpa, rey de los incas en Cajamarca
Grabado de Felipe Guamán Poma de Ayala
Muchas adversidades encontraron los misioneros que partieron a pacificar el paraíso. Tomaron como una misión personal salvar a los colonos de la barbarie si seguían castigando a sus protegidos con trabajos forzados. De modo que los tribunales eclesiásticos tomaron la determinación de buscar la solución uniendo la fe a la mentalidad de los hombres y los asuntos políticos. Era menester parar la leyenda negra que pesaba sobre el catolicismo desde la Reforma Protestante, pero lo importante era 'no desatender el desafío que Dios había planteado a España' y hacía falta alguien que combatiese 'la esterilidad del desierto de las conciencias españolas', citando al personaje central del artículo.  

Un monje dominico trae la salvación
Como Bartolomé de Las Casas hubo una comitiva de dominicos que protegieron los derechos naturales de los indios, aunque pocos como él brillaron por su temperamento y perseverancia. La vida tan turbulenta que tuvo ha sido relatada en heroicas biografías, similares a las que contaban las hazañas de los más intrépidos conquistadores.

Los doctores que proporcionaron a Las Casas las razones para emprender sus acciones políticas pertenecieron a la Escuela de Salamanca que defendió el derecho unánime de libertad e igualdad, poniendo como premisa que en la creación de todos los hombres se encuentra la misma acción divina. La ley natural abogaba por los indios y podían conservar las propiedades o declinar la conversión si lo deseaban. Por tanto, en los asuntos del alma, el rey cede su jurisprudencia y pasa a ocuparse de los "asuntos temporales", la esfera civil. Según los catedráticos salamantinos, los hombres nacen libres y no siervos de otros y si los príncipes no gobiernan con justicia, pueden desobedecerles e incluso deponerles. Otra novedad en la corriente de pensamiento la constituyó el derecho de gentes, mediante el cual la sociedad debe gozar de soberanía propia. Decía que la ley común del orbe es de categoría superior al bien de cada estado, y que las relaciones debían estrecharse por consenso y no por la fuerza.

Universidad de Salamanca
Imagen de Francisco de Vitoria
Sus primeros años en Las Indias fueron de silenciosa sumisión. Vivió en La Española y acató las órdenes de Nicolás de Ovando. El primer gobernador de esta isla restituyó la economía básica introduciendo el cultivo de caña de azúcar con ayuda de esclavos africanos. Entretanto, los indígenas fueron asignados a las infernales minas, lo cual suscitó que Las Casas actuara con el Evangelio en la mano y apelara a consejeros cercanos al emperador para que mitigara los esfuerzos físicos de los indios. 

El Consejo de Castilla respondió con la compilación de las Leyes de Burgos. Sus promotores fueron el obispo de Palencia, Juan Rodríguez de Fonseca y el secretario general del Consejo Real, Lope de Cochinillos. Las consultas corrieron a cargo de un grupo selecto de juristas, teólogos y altos cargos de la orden dominica. Se incluyó adjunto el 'Memorial de remedios para las Indias', una programación específica para cada una de las cuatro islas conocidas: La Española, Cuba, Puerto Rico y Jamaica. Tierra Firme era aún una ilusión y de momento no se supo que hacer con ella. Pronto Las Casas denunció que las prerrogativas eran insuficientes. Estas leyes no conseguían, por ejemplo, prohibir las encomiendas, fuente de todos los abusos, ni contemplaban que los indios fuesen retribuidos por sus servicios con alguna contraprestación salarial.


Encomendero español conduciendo una masa de vasallos indígenas
El paraíso estaba en Las Indias, un país adorable, fértil, provisto de un hábitat saludable. No había motivos para permitir el expolio y aceleró el ritmo de sus gestiones. Comenzó a tener encuentros con Mercurio Gattinara, canciller imperial. Fue enemigo manifiesto de Francisco I de Francia, pero en todo lo demás, quiso actuar con justicia para contribuir a formar esa monarquía cristiana universal. A él se le atribuye la creación del Consejo de Indias.

La violencia seguía vigente en Las Indias, hasta el punto de que los misioneros tuvieron que viajar acompañados de soldados dispuestos a poner orden en los eventuales disturbios. A Las Casas no le gustaba someter la población a sangre y fuego, y la administración de aquellas tierras ya le pertenecía por mandato real, pero los patronos querían luchar por sus intereses y si para ello era necesario acudir a las armas, lo harían.

Así le recordaron, iluminando auditorios con su inagotable erudición, pero sobre el papel ya dejó huella impresa de su pensamiento. Termina en 1537 la obra 'De unico vocationis modo omnium Pentium ad veram regionem', donde recalca que los predicadores de la fe no tienen intención de capitalizar sus sermones para ejercer dominio sobre los indios. Emplea maneras dulces, humildes y afables de socorrerlos, pero sin utilizar artificios de seducción. Para fundamentar la obra, cita los Padres de la Iglesia, la Biblia, Aristóteles y Santo Tomás.

Estuvo en Perú, luego en Nicaragua, la tierra hostil de Pedrarias Dávila y de aquí pasó a Guatemala, donde obró bajo el auspicio del gobernador Alonso Maldonado. Por la misma fecha, el 7 de julio de 1536, el Papa Pablo II promulga la bula “Sublimes Deus” en la que afirma con severidad que los indios están dotados de razón, humanidad y aptitud para recibir la fe. Prosiguió la evangelización en Yucatán, y allí, ante las normales dificultades comunicativas, recurrió a imágenes que reproducían escenas de la Historia Sagrada.

Retomo la crítica de las encomiendas, esa repartición sistemática que consistía en repartir efectivos indios entre las haciendas de los colonos. En la reunión del Consejo de Castilla de 1542, Las Casas reclama que los encomenderos se encarguen de la catequesis y que además devuelvan la mitad de los indios que habían recibido por méritos de guerra. Las presiones felizmente desembocaron en el acto solemne que tuvo lugar en la catedral de Sevilla cuando el obispo la abolición de la esclavitud. El avance de la Conquista demuestra que las Leyes de Burgos presentan incoherencias y con el correr de los tiempos, su significado se disuelve. Faltaba que reafirmaran la autoridad frente a los conquistadores y que los indios fueran considerados personas libres y fieles vasallos de la Corona. Las Casas no podía permitir que la ley fuese tan flexible y los encomenderos se apropiaran de los nativos como si fueran mercancías circulantes. Acto seguido, cumpliendo todo pronóstico, la medida suscitó protestas entre los colonos ya que pretendía romper el código legislativo que imperaba desde el comienzo de las conquista reflejadas en las Capitulaciones de Santa Fe que suscribió Isabel antes de que salieran las naves de Colón. 


Capitulaciones de Santa Fé

Sus enemigos: los primeros capitalistas del Nuevo Mundo

Las ideas conciliadoras no calaron en gran parte de la población española afincada en América. Muy pronto salieron enemigos que quisieron estropear el ascenso de Las Casas y la Escuela de Salamanca. El enemigo más incisivo, por increíble que pareciera, estaba en la cúpula de la orden jerónima, que cuando se instalaron en La Española, descubrió que remitían a España informaciones sesgadas de los hechos. Al parecer, sellaron pactos por mediación de colonos embaucadores, pues antes de que pisaran tierra, los jerónimos ni los conocían ni tampoco rivalizaban con los conventos dominicos de las islas. Hacia La Española partieron el prior del convento de Mejorada, en Olmedo, fray Luis de Figueroa y Bernardino de Manzanedo, prior de Santa María, en Zamora. Convocaron asamblea unilateralmente con doce encomenderos, funcionarios y religiosos. En ella sacaron en limpio que los indios no estaban preparados para el cambio tan radical que se les exigía hacer por sus vicios y el rechazo a las enseñanzas cristianas.

Entretanto, Carlos ignoraba cual era la situación en Las Indias, pero Las Casas consiguió el crédito del Canciller Le Sauvage, duque de Brabante, quien terminaría pugnando con los magistrados castellanos en Valladolid, donde Carlos instaló las Cortes. Sin embargo, el emperador no pudo dedicarle todo el tiempo que requería porque sus asuntos en el trono del Sacro Imperio le alejaban de España. Cuando tenía que salir, ponía representantes al frente del reino, pero o eran borgoñones o eran flamencos y alentaban protestas. Una de ellas desembocó en conflicto, la Guerra de las Comunidades.

En Valladolid se convocó la histórica asamblea conocida como 'La Gran Controversia' . Pasó a la historia por ser la primera que organizaba un reino para investigar la justicia de los métodos que se empleaban en dictar justicia. Fue un examen crítico sobre las empresas de ultramar que no tuvo parangón. España y sobre todo Carlos lo hicieron aunque esto no haya redimido ni al soberano ni al país de los crímenes que había cometido. Los asistentes se dieron cita en el convento dominico de San Gregorio en agosto de 1550. Allí fueron Domingo de Soto, profesor de la Universidad de Salamanca y confesor de Carlos I, dominico junto con Bartolomé Carranza, arzobispo navarro, asistente al concilio de Trento y Melchor Cama y un franciscano, fray Bernardino de Arévalo. La oposición estuvo abanderada por Juan Ginés de Sepúlveda, y su exposición giró en torno a su 'Apología', donde critica con acidez la idolatría y los pecados contra natura de los indios. Por esto justificaba que el destino de los indios era la servidumbre, una manera de asegurar la predicación del Evangelio y detener actos bárbaros como la antropofagia y los sacrificios de personas. Las Casas califica el libro de "ceguera perniciosa".  


Bartolomé de Carranza
Mientras tanto, la escalada de violencia seguía en auge en el paraíso. Estalló la revuelta de Chiribichí contra los conventos dominicos y la Costa de las Perlas fue devastada por las autoridades de Santo Domingo. Las Casas escribe una misiva contando el devenir de los hechos. Explicaba que los hombres no actuaban por su ánima y voluntad de Dios, sino por 'allegarse a bienes temporales'. Esto causó gran revuelo y desde ese momento sería considerado un proscrito y para refugiarse de los ataques, recurrió a la caridad de los religiosos. El gobernador Gonzalo Fernández de Córdoba le persigue con vehemencia. Argumenta que los indios vivían en paz hasta que Las Casas se entrometió.

Regresa de nuevo a España, y esta vez ya no aboga por la situación de los indios como una organización benéfica. Ahora aspira a desmontar el entramado político heredero del Feudalismo y los tiempos de la Reconquista de aquellas tierras que tanto estimaba. Consigue que sean penalizados con el exilio o la confiscación de bienes quienes premeditadamente emprendan operaciones militares y vuelve en calidad de emisario, esta vez a Nueva España. Los colonos reciben de mala gana al misionero, pero el padre Las Casas desoye las críticas y se convierte en obispo de Chiapas.


Costa de las Perlas, Panamá

Inició su andadura como obispo redactando un edicto de faltas públicas para apremiar a los instigadores de la violencia a que confesaran y liberaran sus conciencias. El motín del Domingo de Pascua, encabezado por el mismo alcalde y una multitud exaltada, nubló sus deseos, pues las medidas que aceptó eran inadmisibles por perjudicar a los que se acomodaron en la esclavitud y recaudaban los impuestos indianos. Gil de Quintana, dean de la iglesia de Chiapas, condenó a Las Casas a la excomunión por haber confesado a cuatro jefes indios. Para él, se extralimitaba en el uso de sus derechos. En Ciudad Real de Los Llanos estaba la sede episcopal y desde allí también envió cartas al emperador denunciando los abusos en el Yucatán y Nicaragua, el país que Pedrarias Dávila sometió a auténticas barbaridades.

Chiapas no era Valladolid. No es ni la corte ni la utopía en construcción, sino un frente activo de lucha en un lejano territorio imperial, situado a miles de leguas del Emperador, de sus funcionarios encargados de compilar leyes, de los profesores y los alumnos de la Universidad de Salamanca, de la escuela del derecho natural. Allí tuvo que enfrentarse a hombres rudos e implacables, seguros de sus obras, que no estaban dispuestos a transigir.

Un rey diplomático
Las guerras de religión tuvieron focos en varios puntos del continente europeo y Carlos esgrimió el "ius belli" ante los enemigos del mundo cristiano. Cuando falleció Fernando, Las Casas se apresuró a ir a Flandes a informar al todavía Príncipe Carlos de los males que hostigaban las Indias. Contó con el apoyo del cardenal - regente, Jiménez de Cisneros, que le dio la venia. En resolución, logró para su causa el apoyo del nuevo soberano que ignoraba la situación de Ultramar.

Le ruega que haga una enmienda de las Leyes de Burgos y contemple más prohibiciones de todo género de guerra y obligue a que los españoles forjen pactos de paz y amistad con los indios. Estaba claro que si la Corona no se hacía ver, las despoblaciones y las calamidades persistirían. Tras escuchar el debate en el Consejo de Indias, Carlos aprobó las Leyes Nuevas de 1542. Su política se hizo muy flexible hasta el punto de otorgar audiencia a emisarios de Nueva España, cuando se encontraba en Alemania.  

Sin embargo, las Leyes Nuevas, a pesar de las esperanzas que todos pusieron en ellas, no funcionaron. Con el primer virrey enviado a Lima, Blasco Núñez de Vela, el emperador intentó poner orden en la guerra civil que había estallado. El hermano del conquistador, Gonzalo de Pizarro, lideró un regimiento de soldados y encomenderos descontentos con las Leyes Nuevas. Las tropas realistas de Vela fueron asaltadas en la Batalla de Iñaquito, 18 de febrero de 1546. Vela fue apresado y ejecutado y el virreinato del Perú  consolidó la ruptura con la Corona aunque no durara mucho porque a Gonzalo de Pizarro lo apresaran más tarde y tras un proceso sumamente expeditivo, el presidente de la Audiencia, Pedro de La Gasca, caballero de la orden de Santiago, sacerdote y diplomático, lo ejecutara en 1548. Tras el turbulento episodio, La Gasca dio disposiciones a favor de la diezmada población indígena: moderó los tributos, prohibió los trabajos demasiado pesados y obligo expresamente que todo servicio que prestasen fuera premiado con un salario justo. Ordenó imponer tasas a los tributos que los indios daban a los caciques, de agrupar en pueblos a la población indígena, que para entonces vivían en poblados muy dispersos.


Batalla de Iñaquito, norte de la ciudad homónima, Quito

Carlos pudo someter el territorio con la victoria de las armas, pero haciendo uso de la diplomacia que caracterizó su mandato, adoptó una actitud netamente política. Mientras otorgaba derechos a los indios, en el decreto de Malinas de 20 de octubre de 1545 permitió que las dotaciones a los encomenderos se mantuviesen una generación más. Era clamorosa la estrategia: ceder a las peticiones de los prelados para soltar lastre, pero resistirse a suprimir las encomiendas para evitar posibles levantamientos.

Los cuatro años 1543 – 1546 tuvieron a un Bartolomé de Las Casas cercano al poder y Carlos le daba audiencias privadas. Pretendía asesorar como su conciencia, no como su  consejero. Sabía que el destino de Las Indias se decide primordialmente en España, no en Chiapas, situada a miles de leguas de los funcionarios que maquinaban desde sus gabinetes el destino del Imperio.

Después de la controversia se retira al convento de San Gregorio de Valladolid. Allí pasaría sus últimos años en un entorno apacible, consagrado por entero al estudio y la reflexión. Compareció en público algunas ocasiones, por ejemplo, cuando Carlos aglutinó otra comitiva de misioneros e hizo llamar a Las Casas para que departiera en las sesiones del capítulo general.  


Iglesia conventual de San Pablo y San Gregorio en Valladolid

Falsas esperanzas
Ante los cambios acaecidos a raíz de la abdicación de Carlos, Las Casas se arredró y empezó a notar que su particular tenacidad ya no surtiría efecto en los tiempos que se avecinaban con la coronación del nuevo rey, Felipe II. ¡Cuántas veces añoró el apoyo que le brindó el Emperador durante tantos años!

En 1552 envía su Brevísima relación de la destrucción de las Indias al nuevo monarca para ponerle en conocimiento de los ultrajes que habían sufrido los indígenas. La explicación transita en un estilo desenfadado a través de 20 escuetos capítulos. Él aduce que las encomiendas han traído pesadumbre y desdichas, que estas han sido las culpables de que los indios detestaran la nueva religión y que los encomenderos eran tiranos sin escrúpulos. El libro, junto con las reflexiones que desentraña en él, es la pieza angular de su pensamiento y tendrá mucha éxito ya que es un documento de fácil lectura y pronto se propaga entre los círculos de intelectuales. He aquí algunos pasajes:

Son las gentes más delicadas, flacas y tiernas que menos pueden sufrir trabajos y que fácilmente mueren de cualquier enfermedad.

Son gentes paupérrimas, que no poseen bienes temporales ni ambiciosos ni codiciosos. Sus vestidos son en cueros. Tienen vivos entendimientos, son muy capaces y dóciles. Hay que tener paciencia para instruirlos en la religión. 

A éstas ovejas mansas, los españoles no las han hecho otra cosa que despedazarlas, matarlas, angustiarlas y afligirlas durante cuarenta años. algunas islas están despobladas por las masacres emprendidas en ellas o los desplazamientos de un sitio a otro como mercancías, más de 10 reinos mayores que toda España y más tierra que hay de Sevilla a Jerusalén.

Son almas muertas por la tiranía y obras infernales de los cristianos. Todo por el fin último que es el oro y henchirse de riquezas. Han muerto sin fe, sin sacramentos. Nunca los indios hicieron mal alguno a los cristianos, antes los tuvieron como venidos del cielo.



Los enemigos se hicieron eco de esta obra y terminó alimentando la leyenda negra atribuida a España, entonces uno de los pilares del catolicismo. La campaña difamatoria empezó cuando sus obras vieron la luz en 1553. Tres años después, el Emperador emérito decide enclaustrarse en el monasterio de Yuste junto con sus hermanas.

Pero antes legó a su hijo los preceptos que definieron su manera de gobernar. Incidió en que la Corona reinaba en América sobre las dos repúblicas, la de los españoles y la de los indios, y que era su deber incentivar la evangelización tanto en una como en otra. Le sugirió que intentara ganarse la fidelidad de los indios, pero la coyuntura apuntaba a otras direcciones en menoscabo de un ya desmotivado Las Casas. 

A Felipe la política exterior ya no le preocupó tanto por las Américas. Dio prioridad a la estratagema de rodear Francia, contrayendo nupcias con María Tudor, reina de Inglaterra. Además, Felipe era un ser aislado del común de los mortales, con agudo sentido del deber y pocas veces admitía consejo. Para él toda política era trágica y la concebía de un modo burocrático, de la forma más ventajosa para los intereses de la Corte. Aunque era hombre culto y amaba las artes, prescindió de la sensibilidad que requería la cuestión indígena, tanto que congenió con la oposición presente en la Controversia: Juan Ginés de Sepúlveda, que no obstante ya fue su instructor y su maestro de Geografía e Historia.

En una carta fechada en 1556, Las Casas expuso al nuevo soberano cómo progresó con ayuda de las Cortes la lucha en defensa de los indios durante cuarenta y un años. Salió a la luz en un momento crítico, cuando resurgió otra revolución de encomenderos en Perú que pedían recobrar la perpetuidad que se les denegó en 1542. Por aquel entonces Felipe se encontraba en Inglaterra y solicitó que se reuniera en Valladolid un círculo de reflexión. En él, Las Casas advirtió de modo premonitorio que si el encomendero mantenía su status quo, se vanagloriaría de su poder y rompería la fidelidad que en teoría debe a la Corona.  
Juan Ginés de Sepúlveda
Pero a pesar de sus advertencias, el rey no escuchó a Las Casas.  Felipe entabló amistad con otros consejeros y sometió al imperio americano a otras lógicas donde la política conciliar carecía de importancia. Las Casas era un hombre de la primera mitad del siglo XVI, impregnado del pensamiento religioso del Medievo, pero marcado por los deseos de cambio y la eclosión de ideas que dio sentido al Renacimiento. En sus últimos años asistió al ocaso nacional que inauguraba la nueva etapa del colonialismo asumido y la rigidez doctrinaria, asimilada en el Concilio de Trento.