El gabinete que presidió la Restauración española pasó a la historia por las protestas que suscitó en todos los frentes sociales debido a la errática gestión que hizo de la cosa pública. En el pueblo reinó el hastío y el descontento y el sistema político turnista, si bien puso en orden las cosas de palacio, los votantes lo sometieron a juicio por haber diseñado un gobierno que dio prioridad a los intereses de la burguesía acomodada en la red caciquil o clientelar, sobre la cual delegaba la Corte para controlar a su antojo las provincias que conformaban el mapa político nacional. Era una forma sofisticada de utilizar el voto para guardar las distancias con el pueblo llano, pero el mismo autoritarismo se traducía dentro de la atmósfera familiar en insoportables atropellos. Tanto en la casa como en la calle, éstos que hacían llamarse hombres de Estado no consiguieron pasar de puntillas sobre el campo de la denuncia literaria y novelas como la que desentraño en el texto, satirizaron de manera muy acertada. Tristana, obra de Benito Pérez Galdós,
enfoca ambos males, aunque en este último, que designo de ahora en adelante
'sumisión doméstica', incide con vehemencia porque trata de contar el martirio que atraviesa una desamparada mujer en la casa donde más que vivir, parece que está prisionera.
Si bien es cierto que aquel período histórico identificado con la lucha de clases tiene reflejo en la
desdichada vida del personaje, el debate que puede sustraerse del
argumento va más allá de la reivindicación emancipatoria de según qué individuos o colectivos. Donde Galdós carga las tintas es en la segregación de género. Alguien tenía que hablar del tema, pues la verdad sea dicha, el movimiento
feminista y la obtención del derecho a voto de la mujer ni siquiera figuraban en
el papel. Fue éste avezado escritor quien visitó las casas madrileñas y observó el servilismo que imperaba en ellas.
Una joya de coleccionista
Una joya de coleccionista
La ingeniosa historia explica los desmanes que comete un padre autoritario cuando se encariña de su hija, pero también esposa o amante si queremos ser precisos. En ambos casos Tristana es una
joya de coleccionista muy frágil que si toma contacto con el inclemente mundo
exterior, corre peligro de sufrir desperfectos y no volver jamás a
ser la que era. Para prevenirla tiene a su lado un guardián que vela día y
noche por ella y la vigila sin cesar, empleando la astucia y adoptando un trato delicado, aunque sabiendo los dos que si los
acontecimientos truncan los concienzudos planes preestablecidos, entonces el
señor hará acopio de sus valores quijotescos y maquinará una venganza sin punto de
comparación con las comedias más lacrimógenas jamás representadas. A simple vista, nada hay que escape a su control y tiene el porvenir de Tristana bien atado. Sin embargo, no alcanza a detener algo que por naturaleza es fuerza que ocurra: la niña se hace
mayor y con ella su pensamiento. No consigue ver que su imaginación despierta
del letargo causado por su largo cautiverio, ni tampoco la gravedad de la situación, pues sin darse cuenta ha sembrado en la joven un febril deseo de conocer y aprender. Con las escuetas conversaciones que ha mantenido dentro de casa, Tristana ha construido interminables fantasías para su secreto regocijo.
Me
gustaría incluir la reflexión que consumió gran parte de mi
estudio y ha contribuido a establecer los resortes de esta entrada. Había que elegir qué fuente era más pertinente y valorar las
aportaciones que me daban el cine por un lado, y la literatura por otro. Cuando ví la película percibí un largo inventario de recursos en lo tocante a reparto, escenarios, decorados, efectos lumínicos... Me pareció oportuno retener el film para establecer el
cordón argumental, ya que a veces confieso visualizarlo más nítido en el desfile de imágenes que en la relación de párrafos. La
novela galdosiana, enmarcada en el Realismo literario por su torrente
descriptivo entre otras cosas, ha sido tomada en consideración por
Buñuel, pero él, por infundir dinamismo a su obra, omite varios detalles. De alguna manera me vino bien seguir la historia simplificada en la película porque
después pude saciar mi curiosidad leyendo el libro para conocer nuevos pasajes.
El
orden temporal surgió de una feliz sorpresa que me reservó el destino y de
repente me inquietó y me abdujo hasta lo más profundo. Resultó que recibí la invitación de participar en una visita guiada que había de discurrir por los edificios de Toledo que ahora de manera itinerante están custodiando la pintura del Greco con motivo de las cuatro centurias que justo ahora han transcurrido desde su
defunción. Durante la jornada ha caído un aguacero, pero al grupo le ha gustado
la idea de permanecer bajo los soportales observando cómo la cascada fría y densa
empapaba el jardín mientras escuchaban la melodiosa explicación de
la guía. El destello vino a primera hora cuando me enteré que escenas de Tristana se rodaron en el
claustro del antiguo Hospital de Tavera, nuestro lugar de encuentro.
Entonces me apresuré a buscar en los fondos de la Biblioteca Pública y lo comprobé. Salí con el DVD en la mano y por el mismo precio - o
sea nada - jugué a identificar qué otros rincones de la ciudad enmarcaron el
rodaje de la película. En el interin me llevé una grata sorpresa cuando reconocí hasta los
empedrados de las calles, sin saber cómo habían llegado a alojarse esas
imágenes en mi memoria. Supuse que era de los días lluviosos que encontraba el
piso resbaladizo y caminaba prudente con la vista gacha. Los temporales hacen
de Toledo una pista de patinaje que te desliza y te golpea al mismo tiempo las plantas de los pies y te obliga a extremar la vigilancia echando la vista hacia abajo.
Al
abrir el libro y saber contra todo pronóstico que el verdadero lugar de los
hechos era Madrid, comprendí los atractivos que sedujeron a Buñuel. Creo que
quiso sintonizar con la historia y se decantó por las calles
angostas y los colores terrosos de Toledo, sus fachadas descompuestas y la profusión de
iglesias, con el fin de ubicar en el escenario idóneo lo que al fin y al cabo era una tragedia plagada de infortunios.
El rencor de una escultura viviente
El rencor de una escultura viviente
El
autor entiende la libertad como un designio que porta
una porción de felicidad y otra de fatalidad. Para él, los hombres libres vuelan sin rumbo en la etapa inicial de su nueva vida y cometen determinadas imprudencias por falta de experiencia. El tránsito viene acompañado de personajes como salidos de la Divina Providencia
que empujan a Tristana a explorar nuevas sensaciones ignorando los consejos de un padre -
esposo que con tanto esmero la ha moldeado, igual que Benvenuto Cellini, el
orfebre personal de Francisco I de Francia, hacía con las musas, indigentes y prostitutas
en otra vida, que inspiraron sus esculturas y alojó de forma perpetua en su taller, sin pensar que las condenaba a un indeseable
presidio.
Tristana
se arma de valor y sale por las noches, desobedeciendo las
órdenes de su tutor y ahora sin esconderse. Se
observan las discusiones de una mujer en todos los sentidos consolidada, que
saca a la luz fulgores de un rencor que crece en su fuero interno y que las
circunstancias abanican sin cesar. Permanecer una vida entera
recluida en una elegante prisión y ya anticipo al lector que lo es, conlleva que en
esas excursiones que hace a la ciudad vea cuán rápido han pasado los años sin
que haya participado en nada interesante. Ha perdido mucho tiempo, no tiene
destreza en casi nada, es ingenua como una niña y cuando es consciente de ello,
comienza a generar un odio hacia su tutor que ya no la abandonará nunca.
Pero
por paradójico que suene, el insigne amo de la casa encarna los valores de un
hidalgo de tomo y lomo. En el turbulento siglo XIX surgieron muchos héroes como
él que mostraron disposición para combatir los enemigos públicos, aunque
blandiendo la palabra y la literatura, pues los tiempos de la capa y la espada
quedaban demasiado atrás para revivirlos en una sociedad dominada, como él
dice, por el vil metal y la burocracia. Los artífices del movimiento Romántico,
que no paro de citar, promovieron cambios al uso de unos gentilhombres
nostálgicos de las viejas glorias medievales.
En
el discurso de este personaje se entiende que la hidalguía ha sido cruelmente
erradicada y que se debe restablecer por el débil que se ha quedado sin
intercesores y camina a la deriva, desamparado y expuesto a las injusticias. Es
muy loable todo lo que defiende, la misión que él mismo se encomienda realizar en éste
mundo no se puede criticar, pero adolece de un defecto que lo
desacredita de su recalcitrante honorabilidad. Le pierde la predisposición a enamoriscarse de cuanta mujer se cruza en su camino. Don Lope, que así se
hace llamar por la dramaturgia del nombre, bien podría haber salido de la pluma
de algún escritor cervantino si hubiese depuesto esa actitud que parece sacada
de contexto y contraria a su condición caballeresca.
Don Lope empeñando sus pertenencias más valiosas a precio de ganga. Huye de la idea de comportarse como un mercachifle y perder el tiempo en regateos |
La paradoja se lee entre líneas. Lope denota gentileza en los
círculos de amistad pero es autoritario en el terreno doméstico. Pasa por alto su hacienda, practica el altruismo, pero no soporta los celos de
Tristana que marcan en él una conducta casi patológica. Salta a la vista que el
lobo solitario gusta depredar en su propia madriguera pero vacila en salir al
exterior a cazar. No obstante, un viejo sabio como él no logra intuir los fantasmas que persuaden a su
ahijada - esposa y la alejan poco a poco del hogar. Conoce de sobra las
debilidades atribuidas a la carne, pues él mismo de joven las propiciaba con su
habilidad seductora y según estos razonamientos achaca los cambios de humor a encuentros con un
pintor que sin lugar a dudas piensa que van acabar en deshonra. Por desgracia no es capaz de
ver que la repentina huida está relacionada con algo más profundo y porfía en sus sospechas infundadas, sin saber que yerra gravemente
al estar escamoteando las ilusiones de una Tristana tan impresionable que aprecia la diferencia entre dos garbanzos aparentemente idénticos y que por accidente han caído sobre el mantel de la mesa donde comía.