En 1605 el capitán Pedro Fernández de Quirós moviliza los astilleros peruanos para construir la flota que pondría rumbo
a la legendaria Terra Incognita Australis. La corona española
repone aquí sus intereses aprovechando que disminuyen las rencillas con los
portugueses tras la unificación de ambos reinos en la persona de Felipe II. Los
enclaves portuarios Manila y Ternate, que controlan el comercio de las especias, reactivan su
funcionalidad ya que podían convertirse en centros de aprovisionamiento llegado
el caso. La derrota más conocida para llegar a estas islas es la portuguesa,
que requiere bordear el continente africano y doblar el cabo de Buena Esperanza. Sin embargo, los españoles buscan otros accesos surcando los Mares del
Sur, con el punto de partida establecido en las posesiones americanas, pues si
bien estaba consolidada la unión ibérica, en Ultramar la
soberanía permanece dividida. Había que guardarse de respetar las áreas de
influencia marcadas en el Tratado de Zaragoza (1529) que firman
Carlos I y Juan III. El límite, distinto al que se pacta en Tordesillas,
discurre ahora por el meridiano 135, a la altura de las Molucas y los derechos de navegación en estas
aguas los compra Portugal, aunque los ejércitos españoles se quedan para
repeler eventuales asaltos de otras naciones como Gran Bretaña o Países Bajos.
Tratado de Tordesillas (1493) y Zaragoza (1529).
Fuente: Atlas Histórico Marín. Editorial Marín,
Barcelona, 1997:
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La Corte puso muchas ilusiones en esta expedición. Aún no había idea de
las riquezas que escondían estas tierras y las luchas en Europa eran cada vez
más costosas y pedían financiación. Los viajes de reconocimiento que
hacen Andrés de Urdaneta, el primero en completar el tornaviaje (1565), o Íñigo Ortiz de Retes (1545), primero en avistar la costa norte
de Nueva Guinea, amplían sobre el mapa los conocimientos geográficos pero saben
que muchas tierras siguen ocultas en el
anonimato. Era momento de fundar nuevas colonias y ese es el objetivo de los hombres
de Torres que viajan armados y combaten a los nativos para obtener conquistas
en nombre del rey Felipe III. Sin embargo y en
contra de lo que se espera, las victorias no reportan grandes beneficios.
Incluso el Consejo de Estado sentencia al respecto que los enemigos podrían
explotar más las potencialidades del descubrimiento que ellos mismos.
El Océano Pacífico y la Tierra Austral según Abraham
Ortelius (1589)
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Los protagonistas
El capitán se persona ante el virrey Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, y presenta un memorial para organizar el viaje junto
con dos cédulas del monarca ordenando que armase dos
buenos navíos, bien abastecidos, capaces de realizar un largo viaje hasta
tierra austral. Para reunir la tripulación alista hombres avezados en la
mar con experiencia en travesías transoceánicas. Aproximadamente, 300
voluntarios se prestan a participar en la aventura. Según las crónicas subió a
bordo toda una amalgama de soldados, marineros, miembros de muchas asociaciones
gremiales y misioneros franciscanos.
Se da licencia para construir dos navíos de gran calado. El primero fue el
buque insignia San Pedro y San Pablo, un galeón de 150
toneladas, con unas proporciones de 26 metros de eslora por 8 de manga. Quirós
es quien está predestinado a ser el promotor de la expedición, pues ya ganó los
galones en el segundo viaje de Álavaro de Mendaña. Los barcos de Mendaña
por poco no llegan a las Islas Salomón, pues los hados decidieron que el
capitán muriera de forma repentina. Quirós toma el mando durante el camino de
vuelta hasta Acapulco; de allí pasa a España y a Roma, donde su
hazaña es aclamada por personajes muy distinguidos, entre ellos el papa Clemente VII que le anima a continuar con nuevas
exploraciones.
El otro gran navío es el San Pedro. Sus medidas son
algo menores y pesa 120 toneladas. Al mando se pone el protagonista de la
odisea, almirante Luis Váez de Torres. Lo poco que se sabe de
él emana de fuentes indirectas y los investigadores arrojan sombras hasta para determinar el lugar de su
nacimiento. Pudo ser gallego o portugués. A la vera de estos dos gigantes
navega el patache Los Tres Reyes, un bergantín de pequeñas dimensiones encargado de vigilar e inspeccionar el estado y profundidad de las aguas por
donde debía transitar la flota. Era habitual llevarlos a estas regiones del
mundo tan ajenas a los marineros europeos. Por fin, hechas todas las dispensas,
las naves zarpan el 21 diciembre de 1605 del puerto del Callao. A la bahía que dejan atrás acude una
multitud de curiosos que despiden a los aventureros con gritos de júbilo y
banderas al viento.
El viaje
Aún no se habían levantado mapas fidedignos del continente austral y los conocimientos sobre él no iban más allá de las Guineas. Fuera de estos confines, la geografía de la época imaginaba una inmensa masa de tierra unida al "Polo Antártico" que se prolongaba hasta el Estrecho de Magallanes. Muchos detalles eran desconocidos y navegar hasta allí aún suscitaba aprensiones. Además, los instrumentos de navegación carecían de la precisión deseada. En la crónica de esta expedición se cuenta que las agujas magnéticas de las brújulas oscilaban sin control con la intensidad de las mareas y además debían alejarse de los objetos metálicos. El radio de visión tampoco tenía mucho alcance, pues faltaban algunos años para que Galileo inventara su revolucionario telescopio.
En principio, el camino consistía en seguir la estela de Mendaña y navegar por terreno ya conocido. El 26
de enero de 1606, desembarcan en isla Encarnación,
perteneciente tal vez al numeroso archipiélago Tuamotu, en la Polinesia francesa. De aquí salen hacia la isla San Bernardo (actual Carolina), las islas Duff y el 25 de abril fondean en Nuevas
Hébridas. El periplo dura más bien poco dada la escasez de recursos y
habitantes que observan a uno y otro lado de las naves. Sin embargo, Quirós
anda muy convencido y hasta se permite la insensatez de alterar deliberadamente las órdenes del virrey. De noche, sin avisar y
sin pedir consejo a los oficiales de los tres barcos, cambia de dirección la derrota, creyendo que así acortaría varias
millas, pero calcula mal. Tres semanas transcurren en vano sin avistar tierra y la tripulación, harta de esperar,
ya planeaba el motín. La crispación desaparece cuando asoma
por proa la isla Espíritu Santo (actual Vanuatu), pero Quirós incurre en otra incredulidad y afirma con
severidad que han llegado al elusivo continente, pues los fuertes vientos
impiden hacer la circunnavegación y comprobar que es
territorio insular.
Entonces es cuando preside un acto solemne y cargado de simbolismo. Con dos
ramas hace la señal de la Santa Cruz y la ensarta en el suelo. Luego pronuncia un discurso y declara tomar
posesión de aquellas tierras en nombre de Felipe III y la Santísima Trinidad.
Quirós tiene intención de expandirse hasta el Polo Sur y conquistar
aquel inmenso país que denomina Tierra Australia del Espíritu Santo, nombre que escoge en
homenaje a la casa de Austria. Una vez hecho el ritual, arrían las velas para
salir en busca de la isla Santa Cruz y recoger alimento, madera y agua potable,
pero surge otro contratiempo. El fuerte temporal dispersa las naves y se desorientan. El almirante Torres es el único en llegar a su
destino y allí pasa quince días esperando a su capitán. Cumplido el plazo,
regresa a Santo, para averiguar que ha sido de Quirós, pero no encuentra
indicios que le lleven a pensar en el naufragio. En ese momento toma la
determinación de comandar la expedición, siguiendo las instrucciones selladas del virrey en caso de que el
capitán acabara ausentándose. Al parecer, la Capitana queda en mal estado y
regresa al Perú voluntariamente
La crónica del viaje la conocemos por las cartas que manda a Madrid un
noble consejero del rey que sirvió en las Indias durante años. Se trata de Diego Prado y Tovar, ingeniero militar de oficio y miembro de la Orden de Calatrava. Los detalles de la travesía se conocen gracias a sus
misivas, los mapas que levanta y sus láminas con dibujos de nativos.
Antes de alistarse en la expedición dirige la construcción de varias fortificaciones en Ternate, sobre todo después de que la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, instalada en la isla
de Java, lanzara un ataque en 1605, aunque sin consecuencias graves puesto que
son derrotados por el capitán Pedro Bravo de Acuña, gobernador de
Filipinas.
En el punto donde deserta Quirós comienzan las aguas desconocidas que anuncian penurias a Torres y sus hombres. El temporal inestable se agrava más con la llegada del monzón y los vientos alisios soplan con creciente virulencia. Perdieron la orientación
en varias ocasiones y sin saber donde estaban, llegan a la
isla de Tagula el 16 de julio, que junto con otras muchas conforman las Luisiadas. La mar estaba infestada de islas, tanto que subidos a una cumbre de no
más de trescientos metros, con una simple ojeada podían divisar hasta veinte
diferentes. En sus playas encuentran fragmentos de piedra pómez o lava solidificada que el agua
arrastra de los volcanes de Nuevas Hébridas e Islas Salomón.
La navegación prosigue a lo largo de la costa sur de Nueva Guinea y a
medida que avanzan, las dimensiones de la gran Tierra Austral
se reducen. Las complicaciones ahora vienen de la mano de los arrecifes que
cubren el fondo marino a muy pocos metros de profundidad, unos quince, cuando
espontáneamente no salen a la superficie. Es el fenómeno que Torres
denomina placel, que como su nombre indica, era una gran
"plaza" subacuática que a lo largo de la costa de Nueva Guinea
alcanzaba una anchura de doscientas millas. Si el nivel del mar
bajara aquí catorce metros, el placel formaría una gran lengua de tierra, claveteada de innumerables islotes y bancos de
coral. En más de una ocasión, la Tres Reyes tiene que prevenir
al grito de ¡Tierra por proa! Los cabos están
ribeteados de bajos y es posible encallar antes de
divisarlos. Cuentan especialmente las dificultades que pasan en cabo Falso y en el
estrecho que el capitán Cook bautizó con el nombre de Torres, pues sus escritos
valieron para que el inglés hiciera las prevenciones necesarias. Durante 44 días Torres recurre a toda su habilidad para
navegar por estas aguas tan embusteras.
Los nativos
No solo fue la naturaleza la que opuso resistencia al desarrollo de
la expedición. Los nativos tomaron por intrusos a los
recién llegados y agarran sus armas cuando se los cruzan.
Otras tribus, por temor a represalias, los tratan con gentileza y se ocupan de que tengan una estancia cómoda en sus poblados.
Pero a pesar de los percances con los indios más beligerantes, Prado, un
hombre intelectual, no quiso perder detalle de los rasgos culturales que definían aquella exótica civilización.
Santiago de las Papuas estaba habitada por indios de piel
'bermeja', aunque también los había blancos, más aún que españoles y
portugueses. Algunos construían sus hogares, con paredes de caña y techos de
paja, en las copas de los árboles y accedían a ellas mediante escaleras manuales. Las playas de las islas
estaban hendidas de bocas y estuarios poco profundos y era habitual verles navegando a bordo de sus canoas.
Por tierra se desplazaban más rápido a los lomos de unos pájaros tan grandes
como avestruces, los emús. Su dieta se componía de productos
autóctonos: cocos, plátanos, iñames - especie de raíces parecidas a las
patatas -, puercos y pavos reales. Los guerreros luchan
empleando armas rudimentarias como hachas, porras, dardos arrojadizos, lanzas y macanas - mazas de madera -. Para defenderse
tallan rodelas con conchas o caparazones de tortuga y también unos perros guardianes, parecidos a los dingos, les acompañan en la lucha o se quedan vigilando las casas.
Guerreros del Sur de Nueva Guinea que dibuja Diego
Prado y Tovar en 1606
Fuente: Archivo General de Simancas
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Un episodio verdaderamente cruento fue por ejemplo el que sucedió en la
isla de San Bartolomé, actualmente Toulon, el 24 de agosto de 1606. Los expedicionarios desembarcan para iniciar la
exploración, y a poco de avanzar les sale una división de guerrilleros que
esperaban emboscados entre los matorrales. Se acercan a ellos en son de paz y les proponen un encuentro cordial,
pacífico, pero persisten en contestar con gritos de guerra. Enterados de que no
eran bien recibidos, los soldados de Torres rezan sus oraciones y en un
Santiago se lanzan a por los indios. Abrieron fuego con sus arcabuces y muchos caen fulminados por las balas. Los indios, al ver estos artefactos
de guerra tan eficaces, huyen en desbandada hacia el poblado y embarcan hacia
la colina donde antes de la batalla dejaron a las mujeres y los niños. Desde la cima lanzan piedras a los invasores que ya
estaban acercándose con las espadas en alto. Cuando la contienda termina,
varios cuerpos yacen exangües en el suelo, algunos de ellos niños, y esto produce
un duro remordimiento. Los supervivientes pasan a ser prisioneros y los llevan
ante los padres franciscanos para ser bautizados e instruidos en la oración
cristiana.
El miedo cuajó en toda la población y las aldeas empezaron a ponerse a disposición de los recién llegados. Los indios más
recatados se convierten en servidumbre y les hacen regalos de todo tipo. Los españoles abandonaron aquellas islas
con cargamentos de cocos, cañas de azúcar, maderas aromáticas y 'aves del
paraíso' cubiertas de centelleantes plumajes. Algunas aldeas las encuentran vacías, sus habitantes huyen a otras islas, dejando todos
los enseres en sus casas que pronto son requisados, como piezas de alfarería, máscaras, y tallas o estatuillas
labradas en madera. Otros se unen a ellos para combatir a los negros caníbales. Prado menciona algunos lugares donde encuentra desechos óseos de seres
humanos devorados.
Indios blancos con armas arrojadizas y rodelas de la
bahía de San Millán
Dibujo de Diego Prado y Tovar
Fuente: Archivo General de Simancas
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También tuvieron casuales encuentros con otros navegantes europeos que
naufragaron en aquellas islas. Cabe mencionar el hallazgo de un marinero portugués, que cuando los divisa de
lejos, sale a su encuentro y su admiración aumenta cuando La Almiranta iza las
banderas de Castilla y la insignia real. Corre hacia ellos y los besa como si
hubiese encontrado a sus salvadores. Los considera valientes
caballeros al escuchar sus peripecias con los nativos
y les conmina a visitar al jefe local. Su nombre es Biliato y los acoge con mucho cariño. Están en la
tierra de los Papuas Bajos, cerca de donde vivía
un padre de la Compañía de Jesús. Biliato los invita a comer y ordena que les
sirvan gallina, faisán y cabritos, animales descendientes del primer ganado
portugués que pisó esas tierras. A la fortuna de haber encontrado hombres tan
hospitalarios, se une el hallazgo de un morisco, ex convicto de una nave
veneciana que consigue huir y ocultarse entre las mercancías del navío
portugués. Les habla de yacimientos de oro, piedras preciosas, perlas, y especias que yacen en rincones
inhóspitos. Por toda la dicha que tienen, se les ocurre intitular a las islas
con el nombre de Las Buenas Nuevas.
Fin del viaje
El monzón de nuevo obliga a cambiar el rumbo y hacen el viraje en busca de
aguas familiares. El final de la odisea llega el 1 de mayo de 1607 en Manila. Torres quiere regresar a España
pero el gobernador de Filipinas, Rodrigo de Vivero, sucesor de Acuña en
1606, rechaza suministrarle víveres. Por orden del rey, el que fue almirante es
necesario en Manila, pero éste le expresa sus quejas en
una carta, además de contar los pormenores del fatigoso viaje. El Consejo de Indias
estudia los descubrimientos, junto con los cinco mapas de Prado, pero todo
acaba siendo pasto para archivos el 22 de junio de 1608. Después se pierde la pista de Torres, no hay
noticias de él, debido en parte a que los archivos de Manila, Perú y España han
perdido mucha documentación tras los saqueos de las sucesivas guerras civiles.
La Corte desestima el viaje de Torres por varias razones. Si ya de por sí era costosa la tarea de mantener un
imperio donde no se ponía el Sol, aventurarse en colonizar este gran continente
desequilibraría gravemente los presupuestos de Estado. Además, en la mar al
imperio español le arrebatan la hegemonía y sus naves son asaltadas varias
veces por piratas y filibusteros. De ahí que los descubrimientos propendieran a
favorecer más a estos intrépidos enemigos.
Tampoco el comercio con los indios prometía grandes fortunas, a pesar de lo que
cuenta ese alfaquí. Para uso industrial, lo único que pueden
importar es caña de azúcar, pero prefieren conservar los ingenios que instalaron hace años en América.
Además, las islas están en la órbita de las Indias Orientales que explotaban
los mercaderes chinos. Los nativos
cambiaban sus productos por piezas de loza oriental y muchas de ellas se
encontraban apiladas en almacenes del principal emporio que habían fundado
en Port Moresby.
No obstante, a pesar de que la empresa fue inviable, no hay motivos para
desdeñar la expedición de Luis Vaez de Torres. Las 1.500 millas que descubrió al Sur de Guinea refutó la
idea de que era una región más del continente austral y sus mapas fueron
utilizados por otros navegantes para precaverse de las barreras coralíferas. El
mapa de Eredia, levantado en Goa en 1613, es el primero en incluir la nueva
información.