Florencia es la ciudad que escoge Cervantes para situar este cuento de amores, celos e infidelidades la misma que durante el Renacimiento contempló impávida la llegada de otros personajes que fueron engendrados por literatos enamoradizos. La historia entronca con dramas de temática similar que nacieron a lo largo de la misma centuria: dos signiores fraguan una relación de amistad que se trunca cuando uno queda prendado de una joven y termina por contraer matrimonio.
Ambos se juran mutua fidelidad, más no por ello comparten opinión, sobre todo en lo que atañe al trato y visión de la mujer amada. Anselmo es el nombre del caballero que sucumbe a los encantos de la dama aunque es débil de voluntad y se enmascara tras una actitud de fingida soberbia. La hermosura y honestidad de su esposa de todos es conocida, pero la voz de su conciencia atormentada por los celos hace que se resista a creer en los halagos que está harto de escuchar. El camarada que vela por su bienestar es Lotario, mercader de oficio y aficionado a la caza; prefiere conservar el sentido imperturbable de su amistad antes que aventurarse en compartir su vida con una mujer.
Éste libro se salva de arder en la hoguera que preparan el cura y el barbero para destruir la biblioteca de la venta en que hospedan a Don Quijote, después de haberlo encontrado con el juicio vuelto por los bosques de Sierra Morena. En aquellas peñas decide el valeroso caballero hacer una reverencia a la Dulcinea de sus sueños, de la cual se declara súbdito para el resto de sus días. Durante unos días se abstiene de ciertas necesidades que en la orden de caballería equivalían a lujos totalmente superfluos, como comer, beber o vestirse... A la comitiva que parte hacia la venta se suman dos desertores que andan errantes por los caminos de La Mancha. Los dos provienen de familias acaudaladas y en otra vida gozaron de un entorno cortesano, pero abandonan furtivamente este hábitat por desencantos similares a los que narra el propio cuento.
La primera noche, después de cenar, los huéspedes se colocan en círculo y escuchan la voz solemne del cura que comienza a declamar el texto. Los leños de la lumbre crepitan y caldean lentamente la sala, creando así una atmósfera de recogimiento familiar, propicia a la lectura en grupo. Sin embargo, la paz reinante no tarda en esfumarse. Un Quijote vociferante desafía a los pertinaces gigantes, esta vez transformados en cueros de vino, que desgarra violentamente con su rodela y los hace sangrar a chorros. Se activan las alarmas en todo el caserón y el cura se ve obligado a suspender la lectura.
La primera noche, después de cenar, los huéspedes se colocan en círculo y escuchan la voz solemne del cura que comienza a declamar el texto. Los leños de la lumbre crepitan y caldean lentamente la sala, creando así una atmósfera de recogimiento familiar, propicia a la lectura en grupo. Sin embargo, la paz reinante no tarda en esfumarse. Un Quijote vociferante desafía a los pertinaces gigantes, esta vez transformados en cueros de vino, que desgarra violentamente con su rodela y los hace sangrar a chorros. Se activan las alarmas en todo el caserón y el cura se ve obligado a suspender la lectura.
La belleza tendría su definición incompleta si en ella no se agregara la virtud. Bien es cierto que una persona es virtuosa dependiendo de quien la observe y en qué circunstancia y cuando se está evaluando, ya que ha quedado muy lejos el recato, comedimiento o discreción que persiguieron aquellos poetas renacentistas. Los cantos pastoriles que en la propia obra pueden leerse, eran alabanzas proferidas al virtuosismo de la dama y narraba lo desdichada que era la existencia de aquel que había sido deslumbrado por las cualidades de su condición humana. Para evitar que su esposa cayera en las redes de semejantes aduladores, Anselmo trata de sondearla y la somete a viles artificios y embustes con tal de hallar la verdadera cara de su fidelidad y desmontarla, si es que había motivos para hacerlo. Aunque rico y próspero terrateniente, propietario de una ostentosa villa a las afueras de la ciudad, Anselmo parece muy vulnerable ante su temor capital que es causar escarnio entre los florentinos si Camila se abandonaba a los brazos de otro hombre. Pero, cuanto más airosa sale de sus premeditados montajes, que ocultaban el auto de fe, de fe conyugal en este caso, más obsesiva es su búsqueda por obtener algún gesto o frase con que arrojar su crédito al vacío.
Lotario practicaba la usanza de suplir los dolores emocionales que aquejan a Anselmo y en todo se ve llamado a colaborar con presteza. El dilema surge cuando sus valores discuerdan con la merced que debe cumplir y con el inquebrantable compromiso de aportar felicidad a la vida de un amigo, aunque presienta la tragedia:
"Antes me pides, según yo entiendo, que procure y solicite quitarte la honra y la vida, y quitármela a mí juntamente. Porque si yo he de procurar quitarte la honra, claro está que te quito la vida, pues el hombre sin honra peor es que un muerto"
Con la prudencia que le caracteriza, Lotario osa por primera vez faltar a los honorarios que se le encargan y en lugar de cortejar a Camila, permanece pasivo cuando está frente a ella, evitando cruzar una sola mirada. Al volver Anselmo, finge como puede, y le malinforma de lo sucedido, diciéndole que por más que intentaba llamar su atención exhibiendo toda clase de banales dádivas: dinero, joyas, poesía, ella resistía con aplomo, como es de esperar en una mujer honrada:
"No hay cosa que más presto rinda y allane las encastilladas torres de la vanidad de las hermosas que la misma vanidad, puesta en las lenguas de la adulación"
Solo Pedro, cuando negó tres veces a Jesús, tuvo espacio suficiente en su pecho para contener el empuje del agravio que implicaba semejante mentira, descabellada a la vez que compasiva. No en vano, en la novela se menciona este pasaje bíblico y Cervantes se sirve de él para justificar el comportamiento de Lotario, debido a que esa misma decisión es la que hubiese tomado un buen cristiano.
Así pues, Camila se ve entreverada entre dos farsantes y víctima de una comedia que arremete infame contra su honor. Por ello, ésta nueva Porcia devuelve el golpe con otra comedia, mucho mejor labrada, que le vale para vengarse de estos dos caballeros que podrían encarnar a Basanio y Antonio, hombres de negocios que no aciertan a ver más allá de lo que sus ojos y sus prejuicios les enseñan. Anselmo persiste en su desconfianza y cree que ha sido infiel no de obra, sino de pensamiento, y el próximo encuentro que concierta entre los dos, a solas, como lleva haciendo desde el principio, lo observa oculto tras unos tapices. Camila lo sabe, mira de reojo el hueco donde estaba oculto su marido, saca una daga y embiste a Lotario, maldiciendo el momento en que le había conocido; pero sin dejar de interpretar el papel que se había adjudicado a sí misma:
"Pague el traidor con la vida lo que intentó con tan lascivo deseo"
"¿Con qué rostro osas parecer ante quien sabes que es el espejo donde se mira aquel en quien tú debieras mirar, para que vieras con cuán poca ocasión le agravias?"
En el cenit de su cómico delirio, vuelve a empuñar la daga y se la hunde en el pecho, aunque no lo suficiente como para perder la vida. Después de curarla y viendo la entereza con que había soportado todas sus pruebas, Anselmo ya no abrigaba ninguna duda acerca de su lealtad, pero, al cabo de unos días, amigo y esposa esperan a que anochezca para huir juntos y rehacer sus vidas, pues lo que no se sabía era la verdad, y la verdad fue que estaba naciendo un nuevo y por fin correspondido noviazgo.