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jueves, 11 de octubre de 2012

La "marca España" en el Romanticismo internacional: W. Irving y sus "Cuentos de la Alhambra" (1832)

Los escritores del s. XIX encontraron en la cultura hispana la cornucopia temática que permitió poner en práctica la afición que tenían por narrar historias extravagantes. Del mismo modo que los productores hollywoodienses buscan atrevidos escenarios ubicados a veces en las antípodas de la civilización occidental, como Arabia, Egipto, Japón o la selva africana, el escritor romántico acude con frecuencia a la cultura popular española y el bagaje legendario que en ella se ha ido fraguando con el paso del tiempo. 

Cierto es que los páramos agrestes que cubren el interior y sur peninsulares, precarizan mucho la estancia, y no es deseo del viajante caminar jadeante por caminos polvorientos desprovistos de refrescante vegetación, bajo un sol abrasador. Pero las batallas más decisivas de la Reconquista se libraron dentro de estos confines y su recuerdo continúa vivo en la memoria colectiva. Paso por alto la obviedad del problema que entraña la transmisión oral, pues se sabe que el formato expone el argumento original a su propia disolución en el porvenir. Los sucesivos narradores han pegado arbitrariamente invenciones dramáticas y detalles misteriosos, destinados a causar estupor en el auditorio, aunque para ello dislocaran el significado original. 

Irving salió de América e hizo un periplo por diferentes países europeos como Inglaterra, Francia o Alemania, además de recorrer Oriente Próximo, visitando Siria y Egipto. Su propósito era conocer los entresijos del anecdotario popular, determinante en la unidad de los pueblos, ya que él, y otros tantos de su generación, creyeron firmemente que la literatura tiene la virtud de aglutinar una nación en proceso de descomposición. 

Las cruzadas según Walter Scott, o el sentido de la ética musulmana contada en Las mil y una noches, ponen de manifiesto que bajo las diferencias de un pueblo, subyace una historia, y unos sentimientos compartidos, que pueden rescatarse para ensalzar los valores nacionales. Antes de realizar sus viajes de evasión, Irving leyó estas obras, y trabó amistad con Thomas Campbell, Thomas Moore y el mismo Walter Scott, cuando se trasladó a vivir a Liverpool en 1816. Las primeras obras que llevaron el sello estadounidense, fueron encomendadas a la misión de fijar un elemento cultural de cohesión entre grupos sociales, tanto angloamericanos como de los primeros colonizadores holandeses y franceses, mostrando los felices períodos de convivencia que podían emerger desde el folklore y la historiografía popular. 

Alexis de Tocqueville, politólogo francés que estudió el funcionamiento estatal estadounidense, reflejado  en sus dos volúmenes de La democracia en América (1845 y 1850) observó el peligro subversivo que el libre mercado tenía dentro del ejercicio de las libertades individuales, así como en la difusión del conocimiento y la intelectualidad, virtudes consideradas como valiosas fuentes de riqueza, sobre todo inicialmente, cuando los Padres Fundadores implantaron el sistema democrático. La modernización industrial pretendía traer una ocupación del poder político basado en el crecimiento del mercado y los románticos intentaron detener el fenómeno, recobrando la dedicación cultural que, verdaderamente,  era en el pueblo donde aún permanecía latente. 

Miembro del cuerpo diplomático estadounidense afincado en Madrid, desde 1826 hasta 1829, dedicó el último año de su estancia en hacer una excursión a Granada. Su experiencia luego quedaría narrada en Cuentos de la Alhambra, publicada tres años después. Previamente visitó otras ciudades de notoria raigambre morisca, como Córdoba o Sevilla - su entusiasmo era tal que algunos lo calificaron de maurofílico - aunque pronto abandonó el entorno urbano y salió al campo a buscar escenarios de palpitantes y legendarias historias. Despertaba más pasión en su sensibilidad romántica cruzarse con atalayas derruidas o pequeños pueblos aislados y vagar sin rumbo entre ellos, antes que vivir apabullado por el dinamismo de unas ciudades que apenas dejaban traslucir los rasgos del medievo. 

A las puertas de la Alhambra se presenta acompañado de un mozo vigoroso que iba armado con un fusil. Él era la medida de precaución que tomó frente a los bandoleros que podían estar apostados en los riscos. Al mozo le convierte en su leal escudero y lo condecora con el sobrenombre de "Sancho", caracterizados ambos de una impagable hospitalidad. La verdad es que si el Hidalgo buscaba combatir opresores según las leyes de caballería, Irving, también reivindica su propia realidad y combate el racionalismo de sus predecesores con arreglo a las leyes del Romanticismo. 

Por el año 1829, la Alhambra se erguía como un edificio lúgubre, apenas habitado y bastante desmejorado debido a los incendios y los fuertes embistes de artillería que recibió durante la Guerra de Independencia. Además, cuando los monarcas dejaron de visitar el recinto y retiraron las guarniciones,  gentes que poblaban los alrededores irrumpieron en los aposentos y afanaron mobiliario, enseres y fragmentos de yesería, azulejería o artesonado. Sin embargo, y en contra de lo que fácilmente pueda pensarse, el abandono y el estado ruinosos abona todavía más el deleite del escritor, pues las experiencias que vive dentro, a veces inquietantes, como las mismas visiones que tiene al contemplar la intrincada elaboración arquitectónica, no habrían acontecido en mejores condiciones. 

Los cuidados corrían a cargo de un gobernador, su familia y una comitiva de asistentes que preparaban el alojamiento a los inquilinos hospedados en la majestuosa pensión. Simultaneando con sus respectivos quehaceres, ejercen de cuentacuentos durante los momentos de ocio que tienen al acabar de comer, y el escritor, además de escucharles, se apresura a simpatizar con ellos para llegar al fondo de las historias que esos enigmáticos muros encierran. Astrólogos desertores de Oriente (derviches) que parten hacia Granada para acordar con los reyes la defensa de la ciudad mediante hechizos, puertas de acceso al averno situado bajo suelo palaciego, la rendición de Boabdil, tesoros ocultos, príncipes desdichados, princesas deshonradas que hablan con sus animales confidentes o arquitecturas testimoniales del pasado, son algunos de los argumentos aquí narrados. Por añadidura, la Alhambra en sus años dorados, habitada de reyes, ministros, tropas, artesanos o mercaderes, se reconstruye en la quietud y el silencio de la noche, por supuesto, sin levantar sospechas, ya que son figuras fantasmagóricas, volátiles e insonoras, que pasan desapercibidas. Algunos de los personajes que cayeron en desgracia, aprovechan la ocasión para buscar gente compasiva que les libere del cautiverio causado por el sortilegio del que fueron víctimas hace siglos.